INTERCAMBIO PSICOANALÍTICO, 15 (2), 2024, pp 68 - 82
ISSN 2815-6994 (en linea) DOI: doi.org/10.60139/InterPsic/15.2.6
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SURDEZ E ESTRANHAMENTO:
UMA PERSPECTIVA
PSICANALÍTICA
LA SORDERA Y LA EXTRAÑEZA:
UNA PERSPECTIVA PSICOANALÍTICA
DEAFNESS AND STRANGENESS:
A PSYCHOANALYTIC PERSPECTIVE
João Vitor Jaeger
Centro de Estudos Psicanalíticos de Porto Alegre
ORCID: 0009-0008-4298-9183
Correio electrónico: joaojaeger@hotmail.com
Luciane De Conti
Universidade Federal do Rio Grande do Sul
ORCID: 0000-0002-6022-9259
Correio electrónico: luciane.conti@ufrgs.br
Data de Recebimento: 31-10-2024
Data de Aceitação: 08-11-2024
Para citar este artículo / Para citar este artigo / To reference this article
De Conti L. (2024) SURDEZ E ESTRANHAMENTO: UMA PERSPECTIVA PSICANALÍTICA
Intercambio Psicoanalítico 15 (2), DOI: DOI.ORG/10.60139/INTERPSIC/15.2.6
Creative Commons Reconocimiento 4.0 Internacional (CC By 4.0)
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Se reconoce que el psicoanálisis es la cura por la palabra desde que
Anna O. le da al método utilizado para su tratamiento el nombre de
talking cure (Breuer y Freud, 1893-1895/1988). En la ocasión, según lo
presentado en sus estudios sobre la histeria, realizados junto a Josef
Breuer, Freud (1893-1895/1988) percibió que hablar libremente tenía un
efecto terapéutico, aliviándoles los síntomas a los pacientes. A partir de
ello, Freud inicia la escucha psicoanalítica y crea un método para curar
a sus pacientes. Tal método los invita a que hablen libremente —aso-
ciación libre—, mientras el analista escucha, también de manera libre,
lo que están diciendo —atención otante—. El encuentro del habla li-
bre con la escucha otante se convierte, entonces, en la piedra angular
de la clínica psicoanalítica. Además, para facilitar el habla y la escucha.
Freud se sentaba detrás de sus pacientes y los invitaba a que se acos-
taran en el diván, para que se sintieran como en sus casas, lejos de las
miradas y de los escrutinios mutuos. De esa manera, ambos, paciente y
psicoanalista, se sentían aún más a gusto para hablar (paciente) y escu-
char (psicoanalista) libremente. El método resultó ecaz en la cura de las
afecciones del alma.
Esta escena es bastante común entre los psicoanalistas: el paciente se
acuesta en el diván mientras el analista se sienta detrás. Esto se vuelve
posible cuando el diálogo ocurre en el encuentro de la palabra que sale
por la boca con los oídos atentos del que la escucha.
Hasta el momento, hemos planteado el habla y la escucha en el terreno
propio de la audición, que reconoce en el sonido el medio posible para la
comunicación. O sea, tomamos el habla por la oralización. Sin embargo,
la comunicación no ocurre solamente a través de la boca y de los oídos.
Existen otras maneras de comunicarse. Nos referimos aquí a las lenguas
de señas, propias de los sordos.
Las lenguas de señas son visuales y, consecuentemente, ges-
tuales. Eso quiere decir que la palabra no sale por la boca, sino por las
manos, y que la escucha no ocurre a través de los oídos, sino a través
de los ojos. El que suele utilizar una lengua de señas comprende natu-
ralmente esa diferencia. Sin embargo, al que no está familiarizado con
tal medio de comunicación, esa lengua le puede resultar extraña. De la
misma forma, al oyente, el contacto con una persona sorda también le
puede resultar extraño.
Habitualmente, el psicoanálisis, debido a que es la cura por la
palabra —normalizada hegemónicamente como la palabra oralizada—,
estuvo restringido a los que se comunican a través de una lengua oral.
Así, se los han impedido históricamente a los sordos de beneciarse del
tratamiento psicoanalítico. Pensar la realización del psicoanálisis en len-
gua de señas les puede resultar a muchos inusual o extraño, incluso.
Es con esa extrañeza que el psicoanálisis recibe, en su territorio histó-
rico-clínico, a la persona sorda, aunque esta se esté volviendo una rea-
lidad posible, como señalan los estudios de Solé (2005), Souza (2021)
y Halabe (2018). Este texto, por lo tanto, se sitúa junto a los estudios
psicoanalíticos que señalan un horizonte más amplio y accesible a las
personas sordas.
LA SORDERA Y LA EXTRAÑEZA:
UNA PERSPECTIVA PSICOANALÍTICA
João Vitor Jaeger1
Luciane De Conti2
1 Psicoanalista bilingüe (portugués
y Libras) miembro del Centro de
Estudios Psicoanalíticos de Porto
Alegre, profesor y supervisor del
Instituto Horizontes, máster en
Psicoanálisis: clínica y cultura de la
UFRGS, traductor e intérprete de
Libras.
2 Licenciatura en Psicología (1992),
Maestría (1996) y Doctorado (2004)
en Psicología del Desarrollo por la
Universidad Federal de Rio Grande
do Sul, con estancia de formación
(doctorado “sándwich’’) en la
Universidad de Nantes, Francia.
Está realizando una pasantía
posdoctoral en el Programa de
Posgrado en Psicología de la
UFMG bajo la supervisión del
Profa. Dra. Andréa Máris Campos
Guerra Actualmente es docente e
investigadora del Departamento
de Psicoanálisis y Psicopatología
y del Postgrado en Psicoanálisis,
Clínica y Cultura, del Instituto de
Psicología de la Universidad Federal
de Rio Grande do Sul. Es una de
las co-coordinadoras del Centro de
Estudios en Psicoanálisis e Infancias
NEPIs/UFRGS, forma parte del Grupo
Interdisciplinario de Investigación,
Formación, Autobiografía,
Representaciones y Subjetividad
Grifars/UFRN, de la Red Internacional
Coletivo Amarrações y del GT de
Psicoanálisis, Política y Clínica de
Anpepp. Tiene experiencia en el
área de Psicología y Psicoanálisis con
énfasis en la narratividad, procesos
de subjetivación, sufrimiento
psicológico y dispositivos clínicos en
situaciones de vulnerabilidad social.
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Freud, a lo largo de su obra, mencionó algunos conceptos del psicoaná-
lisis que han presentado variaciones o discordancias teóricas entre los
académicos, según Trachtenberg (2013). Se rerió a tales conceptos uti-
lizándose de un pasaje bíblico1 donde se encuentra una palabra utilizada
como código o contraseña para distinguir a los enemigos de los aliados.
El término en cuestión es shibboleths. La forma como se pronunciaba la
primera sílaba —Shibolet o Sibolet— indicaba la procedencia del fugiti-
vo. En español, la palabra signica “cualquier uso de la lengua indicativo
del origen social o regional de una persona. De forma más amplia, puede
señalar cualquier práctica que identique a los miembros de un grupo”2
Según Trachtenberg (2013),
El inconsciente, la teoría de los sueños, la sexualidad infantil y el com-
plejo de Edipo son, por lo tanto, para Freud, los shibboleths, que denen
una identidad: ser psicoanalista. Establecen fronteras demarcadas, no
transitables, separando los “partidarios” de los “adversarios” del psicoa-
nálisis; los seguidores de sus fundamentos de los que los niegan o que
deben “renunciar para siempre a comprenderlos” (p. 56, traducción pro-
pia).
En el campo de los Estudios Sordos3, encontramos también un térmi-
no escrito de dos distintas maneras que señalan caminos conceptuales
opuestos: sordo y Sordo. Sordo, con la primera letra mayúscula, “se re-
ere a aquel que forma parte de una minoría lingüística y cultural con
costumbres, normas, valores y una constitución física distintos” (Lane,
2002, p. 284, traducción propia). A su vez, sordo, con la primera letra mi-
núscula, signica la pérdida auditiva, la discapacidad, y otros discursos
que no reconocen la Sordera (Wrigley, 1997). Estamos aquí delante de
un término que, de acuerdo con la forma en que está escrito, denota el
marco discursivo y la perspectiva del que lo utiliza.
Con el n de situar un estudio que aborda un tema poco común, y de la
forma en que lo proponemos en este texto, extranjero para el psicoa-
nálisis, es esencial que encontremos, además de los que Freud mencio-
nó, otros shibbolets. En este sentido, con el n de encontrar la marca
fonética del extranjero, podemos preguntarles a los que se acercan al
terreno de la Sordera cómo se reeren al Sordo: si con inicial mayúscula
o minúscula.
El habla, tan importante para la práctica psicoanalítica, también presen-
ta puntos de tensión frente a la Sordera. ¿Sería el habla otro concepto
límite? Le preguntamos también al lector: ¿Hablar es una acción estric-
tamente oral y ocurre exclusivamente a través de la lengua oral o no se
limita a lo acústico y puede ocurrir también de forma gestual a través
de una lengua de señas? Cada una de las elecciones implica un punto
de vista que puede, en ciertas ocasiones, imponerse como un punto de
inexión o una barrera infranqueable en los caminos que llevan a for-
mulaciones teóricas y, consecuentemente, a la práctica clínica.
1 Jueces, capítulo 12, versículos 5 y 6: “Y los
galaaditas tomaron los vados del Jordán a
los de Efraín; y aconteció que cuando decían
los fugitivos de Efraín: Quiero pasar, los de
Galaad les preguntaban: ¿Eres tú efrateo? Sí,
él respondía: No, entonces le decían: Ahora,
pues, di Shibolet. Y él decía Sibolet; porque
no podía pronunciarlo correctamente.
Entonces le echaban mano, y le degollaban
junto a los vados del Jordán. Y murieron
entonces de los de Efraín cuarenta y dos
mil”.
2 Recuperado de https://es.wikipedia.org/
wiki/Shibboleth.
3Según Skliar (2016, p. 5, traducción propia):
“Los Estudios Sordos son un programa
de investigación en educación a través
del cual las identidades, las lenguas, los
proyectos educacionales, la Historia, el arte,
las comunidades y las culturas sordas se
enfocan y se entienden desde la diferencia,
desde su reconocimiento político”.
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Percibimos con extrañeza la necesidad de establecer nuevos paráme-
tros al avanzar hacia un territorio extranjero o al invitar a un extranjero
a nuestro hogar. Los Sordos y la Sordera son extranjeros y no familiares
frente al campo teórico-clínico del psicoanálisis.
En este trabajo, por lo tanto, pretendemos abordar, utilizando el marco
psicoanalítico, la temática de la sordera desde una perspectiva cultural
dominante y oyentista4. Para ello, proponemos hacer que nuestra re-
exión siga dos caminos: 1) Lo no familiar en el contacto con el sordo; 2)
la extraña extranjeridad del sordo.
Nos gustaría aclarar de antemano que la palabra alemana Unheimlich,
de la manera que la utilizó Freud, tiene diversas traducciones al espa-
ñol: extraño, inquietante, no familiar, siniestro. Para este texto, elegi-
mos dos: extraño y no familiar. Ambas traducciones llevan consigo los
elementos morfo-etimológicos sucientes para que abordemos el tema
propuesto. Lo no familiar corresponde a lo que Freud (1919/1976a) ar-
gumenta en el texto Das Unheimlich y se muestra una versión precisa
de la ambivalencia propia que contiene la palabra. Así, Unheimlich y no
familiar contienen la armación de lo que es familiar y la negación de la
familiaridad, conforme lo que abordaremos más adelante. A su vez, lo
extraño, atravesado por la no familiaridad, nos conduce a otro territorio;
nos lleva hacia lo extranjero.
La Sordera y lo no familiar
El tema de lo extraño, según Freud, “se relaciona indudablemente con
lo siniestro, con lo que causa miedo y terror” (Freud, 1919/1976a, p. 276,
traducción propia). Además, añade que “se puede reunir las propieda-
des de personas, cosas, impresiones sensoriales, experiencias y situa-
ciones que aoran el sentimiento de extrañeza” (Freud, 1919/1976a, p.
277, traducción propia).
Para explorar el tema, Freud empezó una investigación lingüística bus-
cando en la propia palabra los elementos que conrmarían su hipótesis.
En este sentido, él comprendía que, en la palabra alemana Unheimlich,
se encuentra también lo heimisch. O sea, en lo no familiar está lo fami-
liar. El prejo un, en alemán, es una negación —precisamente como el
in del español—. Así, Freud concluyó que “Unheimlich es lo que algu-
na vez fue heimisch y el prejo un es la señal de la represión” (Freud,
1919/1976a, p. 305, traducción propia). Citando a Schelling, Freud anun-
cia que “Unheimlich es el nombre de todo lo que debía haber permane-
cido… secreto y oculto, pero salió a la luz” (Freud, 1919/1976a, p. 281,
traducción propia).
Siguiendo las reexiones de Freud, encontramos una cuestión subya-
cente: ¿Lo que una vez fue familiar y también reprimido vuelve como
algo extraño o no familiar, causando miedo, terror e incluso malestar?
Freud busca en el cuento fantástico El Hombre de Arena, de Homann,
los elementos para formular una respuesta.
4 El oyentismo, según Skliar (2016, p. 15,
traducción propia), “es un conjunto de
representaciones de los oyentes desde
el cual el sordo está obligado a mirarse y
narrarse como si fuera oyente”.
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En la concepción de Freud, la historia no gira solamente alrededor del
hecho de que Nataniel se enamora de la muñeca Olimpia. Freud señala
hacia otro ángulo: “El tema principal de la historia es el “Hombre de Are-
na” que les saca los ojos a los niños” (Freud, 1919/1976a, p. 285, traduc-
ción propia). De esa manera, el efecto de extrañeza que genera la lectura
de la historia tiene que ver con lo siniestro de perder los ojos. Estamos,
entonces, delante de una historia que presenta el peligro no solo de
perder, sino también de que alguien se nos saque los ojos por desobe-
dientes —en el caso de los niños, por no respetar la hora de dormir—.
Para Freud (1919/1976a), ese miedo corresponde al más terrible temor
de los niños y añade el hecho de que los adultos también lo sienten. El
miedo a quedarse ciego, por lo tanto, se presenta como sustituto del
temor a la castración. Además del miedo a la ceguera, Freud también
considera que “la amenaza de la castración provoca de modo especial
una emoción particularmente violenta y oscura, y es tal emoción que,
antes que nada, tiñe de intensos colores la idea de perder otros órga-
nos” (Freud, 1919/1976a, p. 289, traducción propia). Encontramos en ese
trecho la posibilidad de pensar lo extraño en relación con el tema de la
sordera. Luego, la persona sorda denuncia haber sido castrada debido a
la pérdida de la audición. Entonces, el sordo, comparado con el oyente,
es el que “perdió” su audición, el que fue privado de la capacidad de es-
cuchar, el que fue castrado.
Siguiendo ese camino, Freud señala que ‘el fenómeno del doble’ se re-
laciona con lo extraño, lo no familiar. El ‘doble’ estaría en el ámbito de
los personajes —podemos añadir a personas—, que “deben ser con-
siderados idénticos porque se parecen semejantes, iguales” (Freud,
1919/1976a, p. 293, traducción propia). En ese sentido, Freud añade que
el fenómeno del ‘doble’ también puede manifestarse a través de la iden-
ticación del sujeto con otra persona. Eso sería una consecuencia de
una duplicación, división e intercambio del yo con el otro. La parte dupli-
cada sería, entonces, proyectada en el otro y “volvería presentando los
mismos aspectos y características de las actividades en general, pasan-
do de generación en generación” (Freud, 1919/1976a, p. 293, traducción
propia).
Según Rank (1925/2014), el fenómeno del ‘doble’ surge como un recurso
psíquico para soportar el pensar sobre la muerte. Sin embargo, el mis-
mo fenómeno que surge como defensa y posibilidad de una vida eter-
na también retorna como una forma de amenaza, como un mensajero
de la aterradora destrucción eterna, como un mensajero de la muerte
(Rank, 1925/2014). En ese sentido, el otro, el ‘doble’, es aterrador porque
anuncia la castración.
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Consecuentemente, podemos considerar que, en relación con el tema
de la sordera, para el oyente, el sordo es el que retorna como el mensa-
jero de la castración porque presenta en su propio cuerpo la marca de la
pérdida, de la privación. Frente a eso, al oyente le resulta difícil identi-
carse con el sordo pues encuentra, en la diferencia de percepción auditi-
va, una barrera. A través de la identicación, según Freud (1921/1976b),
el ego de una persona podría moldearse con el objetivo de hacerse reco-
nocer en otra persona. Lo que se observa a lo largo de la historia de los
sordos es lo opuesto a esa armación.
De ese modo, el sordo tensiona en el oyente el ideal narcisista de un
cuerpo pleno, completo. En otras palabras, tensiona su experiencia de
totalidad. Diciéndolo aún de otra forma, el sordo confronta la búsqueda
del oyente por un “ego ideal, el cual, como el ego infantil, se encuentra
poseído de toda perfección de valor” (Freud, 1914/1974b, p. 111, traduc-
ción propia). Al sordo, muchas veces, lo comprenden solamente como
un cuerpo roto que hay que arreglar. Por consiguiente, el sordo “será
siempre un cuerpo que necesita arreglo, actualizaciones, mapeos, aná-
lisis clínicos, acompañamiento y rehabilitación. Será siempre un cuerpo
que hay que corregir” (Rezende, 2012, p. 78, traducción propia).
En ese sentido, el discurso médico se apropia del sordo y lo explota, in-
vestiga, estudia, enfocándose solamente en la anatomía de su oído con
el n de hacer que escuche como los oyentes. Aislándose de cualquier
subjetividad, la medicina busca métodos de intervención y terapias que
puedan restituir la audición del sordo. Siguiendo tal lógica, se adopta al
oyente como parámetro de normalidad y, a su vez, se encuentra en el
sordo un modelo de discapacidad.
Siguiendo a Freud en su exploración acerca de qué es Unheimlich, en-
contramos entre las cosas que pueden causar extrañeza: “miembros
arrancados, cabezas decepadas, manos cortadas por la muñeca…, pies
que bailan solos”. Tal extrañeza, arma Freud, “surge de la cercanía al
complejo de castración” (Freud, 1919/1976a, p. 304, traducción propia).
Podemos comprender, a partir de esa armación, el sentimiento de ex-
trañeza que puede causar una persona considerada discapacitada. Cabe
señalar que ese efecto debe ser considerado en un contexto en que se
toma el opuesto como norma y parámetro. En ese sentido, al sordo lo
reciben como el anunciador de la castración, siempre y cuando esté in-
serto en un contexto que tome la normalidad como el opuesto de sí
mismo, o sea, que considere estándar al oyente.
Al nal del texto, Freud (1919/1976a) plantea una cuestión en rela-
ción con el miedo infantil al silencio, a la oscuridad y a la soledad. Él se
pregunta cuál es el origen de esos sentimientos y si se relacionarían,
de alguna forma, con el sentimiento de extrañeza. Sobre eso, Freud,
(1905/1989) deende que serían expresiones del miedo infantil de per-
der a un pariente querido. La oscuridad, el silencio y la soledad denota-
rían la desaparición del objeto amado, haciendo, entonces, que el niño
sintiera miedo.
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El silencio, mejor dicho, el malestar que puede provocar el silencio, nos
interesa de sobremanera. Una cuestión fundamental sobre cuando los
oyentes se acercan a los sordos es la imaginación de un universo abso-
lutamente silencioso. El oyente imagina que el universo del sordo está
completamente privado de cualquier ruido o sonido. Según Lane (1992),
ese pensamiento es francamente aterrador y se acerca a las proyeccio-
nes que produce el oyente en relación con su supuesto par opuesto sor-
do. Siguiendo, entonces, una lógica binaria, la experiencia de estar en el
mundo, en relación con el sonido, se modularía entre sonido/no sonido.
Esos pensamientos, conforme Lane (1992), dicen más del egocentrismo
del oyente que efectivamente de la percepción acústica.
El miedo de perder la audición también puede tener relación con la fan-
tasía de que la persona que no escucha estaría condenada al aislamien-
to, pues, si no puede escuchar, tampoco puede comunicarse. La pérdi-
da auditiva, conforme se imagina desde la perspectiva del oyente, se
presenta como la experiencia de un silencio absoluto y angustiante que
le impone al que no escucha el aislamiento. En ese sentido, la persona
privada de la audición estaría condenada a la salvajería, sin poder comu-
nicarse a través del habla oral, una vez que no puede escuchar (Perlin y
Quadro, 2006).
Conforme Wrigley (1997),
Para el oyente, la sordera representa la pérdida de la comunión; el que-
darse afuera del mundo. En términos cosmológicos, es la marca de un
disfavor. Es una alteridad estigmatizada, que debe ser vista desde la pie-
dad y, así, quedarse al margen del reconocimiento social. El ‘silencio’ de
los sordos representa un castigo o, en el mejor de los casos, la soledad
y el aislamiento. Debido a ello, se estimula el apoyo mediante la caridad
porque se cree que es una respuesta (p. 17, traducción propia).
Alejada de la comunicación, entonces, la persona que no escucha estaría
condenada al aislamiento o a estar bajo el control de la que escucha.
Silencio absoluto, castigo social, discapacidad intelectual, capacidad sim-
bólica limitada, entre otras formas de prejuicio, son formulaciones del
imaginario oyente que inferiorizan al sordo, y el oyente utiliza esos argu-
mentos como justicación para prácticas de dominación y colonización
(Skliar, 2016).
Hasta aquí, hemos adoptado la perspectiva del oyente y de su extra-
ñeza, incómodo y malestar frente a una persona sorda, pues él aún ve
al sordo como a un oyente que ha sido privado de una capacidad. Tal
argumento corrobora con la perspectiva médica, que, históricamente,
ha luchado para crear medios de restitución auditiva. En ese camino, al
sordo lo ven como a un oyente que necesita que lo arreglen. Debido a
ello, al sordo lo han obligado a reproducir el modelo oyente de estar en
el mundo, impidiendo que desarrollara su cultura y sus propias maneras
de ser y existir.
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El tema de la extrañeza, conforme lo presentado hasta aquí, ha girado
en torno a un parámetro eminentemente biológico, pues hemos toma-
do el tema aún centrado en la audición —en la presencia o la ausencia
de esta—. Sin embargo, el tema exige un descentramiento. Se hace ne-
cesario considerar otros aspectos en relación con el tema de la sordera
y los trataremos de delimitar a continuación.
La sordera y la extranjeridad
El extranjero, conforme señala Koltai (2000, p. 21, traducción propia),
“según el censo común, es alguien que viene de otro lugar, que no está
en su país y que, aunque en ciertas ocasiones puede que sea bienve-
nido, en la mayoría de las veces, corre el riesgo de que lo manden de
regreso a su país de origen, de que sea repatriado”. En línea con lo que
arma la autora, añadimos, con el objetivo de reexionar sobre el tema,
además del aspecto geopolítico, la dimensión lingüística. Estamos de
acuerdo con lo que dice Derrida: “El extranjero es, antes que nada, ajeno
al idioma del derecho en el que está formulado el deber de hospitalidad”
(Derrida, 2003, p. 15, traducción propia).
Considerando ambos aspectos mencionados arriba, entendemos que el
extranjero viene de otro lugar; él no es de aquí y habla otra lengua. Esa
doble marca que lo vuelve fácilmente identicable es de cierta manera
ambivalente. Según Koltai (2000),
Extranjero (énfasis de la autora) puede ser tanto el Otro enemigo —in-
migrante, árabe, del interior, negro o judío, dependiendo de la cultura y
de la época— como aquel que fascina porque sobrevivió a la separación.
Objeto identicatorio y contra-identicatorio. Frente al extranjero uno
nunca permanece indiferente porque es como si esa persona tuviera
que hacer existir fuera de su cuerpo algo que es de su interior. ¿Y si el
Otro soy yo mismo? (p. 18, traducción propia).
La cita arriba corrobora con el tema del ‘doble’ discutido anteriormen-
te, en el sentido de pensar ese Otro que viene de afuera y se presenta
de forma distinta en sus hábitos y lengua, que desafía la omnipotencia
del que lo recibe. También podemos pensar en el sentimiento aterrador
que experimenta el oyente al verse delante del Otro sordo y preguntar-
se: ¿Y si yo me volviera sordo?
En ese sentido, “el extranjero sacude el dogmatismo amenazador del
logos paterno” (Derrida, 2003, p. 7, traducción propia) y cuestiona las
leyes que gobiernan los cambios simbólicos del pueblo donde pide asilo,
“como si el Extranjero debiera empezar cuestionando la autoridad del
patrón, del padre, del jefe del hogar, del ‘dueño del lugar’, cuestionando
el poder de hospitalidad” (Derrida, 2003, p. 7, traducción propia).
Al extranjero lo ven como loco, como el que desconoce las normas del
lugar donde pide asilo. Derrida cita la respuesta del extranjero a Teeteto:
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“Tengo entonces miedo de que lo que dije pueda hacerte verme como
un desequilibrado” (Derrida, 2003, p. 11, traducción propia). Al hacer un
breve comentario sobre la traducción de ese pasaje, Derrida (2003, p.11,
traducción propia) resalta que el término en griego se reere “literal-
mente a un loco, a un lunático que pone todo patas arriba”.
Es interesante pensar en esa expresión que nos habla de la locura: “po-
ner patas arriba”. Nos interesa porque nos permite hacer una paráfra-
sis que denota a la vez extrañeza y disparate, si pensamos en la teoría
y clínica psicoanalíticas realizadas con sordos. Podríamos decir que la
sordera —el sordo extranjero—, al entrar en el terreno del psicoanálisis,
promueve una inversión en los presupuestos básicos de la escucha “po-
niendo patas arriba” lo que entendemos por comunicación. Eso porque
la escucha clínica realizada con sordos, diferentemente de lo que esta-
mos acostumbrados, ocurre a través de una comunicación que utiliza
una lengua visual y gestual; una lengua que nos hace hablar con las ma-
nos y escuchar con los ojos.
Así, lejos del extranjero debido a diferencias culturales, el otro domi-
nador se esfuerza para garantizar su soberanía y percibe al extranjero
como enemigo y objeto de hostilidad. A raíz de esa formulación, Koltai
(2000, p. 24, traducción propia) comenta que el extranjero es fruto de un
sobrante no identicado como familiar al sujeto y añade que “surge, en-
tonces, como la gura ideal para jar ese objeto no identicado”. A ese
otro, extranjero, lo reconocen como no familiar y, por eso, lo mantienen
alejado del convivio, lo miran con desconanza.
En ese sentido, el extranjero lleva consigo las proyecciones de lo que el
sujeto rechaza en sí mismo. Aquí encontramos un punto de convergen-
cia donde el extranjero es tanto extraño como no familiar. Una cuestión
se impone: ¿Cómo sostener la idea de que debemos amar al prójimo
como a nosotros mismos si al prójimo lo desconocemos, viene de tierras
que desconocemos y habla una lengua que desconocemos?
Según Oliveira (2016), el Sordo es un extranjero en su propio país por-
que no viene de otras tierras, sino que nace en el mismo territorio, en la
misma nación; las mismas leyes estatales que lo gobiernan, gobiernan
también al oyente. A pesar de eso, el Sordo vive como un extranjero,
pues su lengua y modos de vida son diferentes de los del oyente.
Laborit (2000), una actriz sorda, expone en su biografía el sentimiento
de extrañeza, de sentirse una extranjera. Comenta que, entre sus pa-
rientes oyentes, solía sentirse extraña. No se identicaba con ellos. En
una familia oyente, viviendo la cultura oyente, estando rodeada de la
lengua del oyente, a la persona sorda le resulta difícil encontrar su lugar.
El sordo es un extranjero que no viene de afuera, sino que del núcleo
donde vive. De esa forma, los parientes oyentes tampoco se identican
con el miembro sordo de la familia, no hablan su lengua, no logran co-
municarse plenamente con él y terminan, aunque no intencionalmente,
aislándolo del convivio.
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De acuerdo con Wrigley (1997, p. 13, traducción propia), “la sordera es
un país sin territorio. Es una nacionalidad sin un origen geográco”. De-
bido a que comparte con sus semejantes costumbres, modos distintos
de ser en el mundo, cultura e identidad diversas, el sordo es un ciuda-
dano muchas veces considerado extranjero en su propio país. Además,
Skliar (2016) arma que la sordera es un tema muy amplio y complejo,
pues, para pensar sobre el sordo, se debe considerar también aspectos
raciales, de género, sociales, económicos, etc.
Freud, en El Malestar en la Cultura, arma que las personas y los pueblos
son propensos a la agresividad y que, para que las sociedades no se des-
integren debido a las amenazas de destrucción, la humanidad necesita
“realizar esfuerzos supremos con el objetivo de establecer límites a los
instintos agresivos” (Freud, 1930/1974a, p. 134, traducción propia). Sin
embargo, incluso con esos esfuerzos, los pueblos encuentran caminos
para satisfacer esos sentimientos. Según el autor, los grupos culturales
menores son objeto de destrucción y sirven como una válvula de escape
para la agresividad de los grupos que son comparativamente mayores.
A las minorías, por ejemplo, las atacan de diversas formas, desde prác-
ticas discursivas y prácticas de control y dominación hasta agresiones
físicas. La exclusión, el aislamiento y el aprisionamiento de lo diferente
es un intento de los grupos hegemónicos de garantizar su soberanía. En
el contacto con el sordo, al desconocer su lengua y su cultura, el oyente
se ve obligado a forzar al sordo a utilizar la lengua oral o a hacerlo a un
lado, dejándolo incomunicable y aislado en su universo de silencio. Tal
práctica va en contra de lo que piensa Freud.
“El psicoanálisis entiende por ‘identicación’ la más remota expresión
de un lazo emocional con otra persona” (Freud, 1921/1976b, p. 133, tra-
ducción propia). Ya que no logra identicarse con el sordo, al oyente le
resulta difícil establecer un lazo emocional con él, de la misma forma
que a la mayoría le resulta difícil identicarse con la minoría y establecer
con ella lazos emocionales. “La psicología de grupos se interesa así por
el individuo como miembro de una raza, de una nación, de una casta, de
una profesión, de una institución, o como parte de una multitud que se
organiza en grupos, en una ocasión determinada, con un objetivo deni-
do” (Freud, 1921/1976b, p. 92, traducción propia).
Resaltamos la idea que trae Freud de que la psicología de grupos se in-
teresa por el individuo como miembro de una categoría. Mencionamos
algunas arriba, pero debemos añadir dos que están de acuerdo con las
formulaciones que hemos expuesto a lo largo de este artículo: sordo y
oyente. En este sentido, debemos considerar también los aspectos iden-
ticatorios en relación con la sordera.
Al hablar del odio y la persecución al pueblo judío, Freud señala las ca-
racterísticas de ese pueblo, que funcionan como una justicación para
las persecuciones y los ataques. Los judíos, en las palabras de Freud
(1939/1975),
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Viven en minoría entre otros pueblos. [...] No son fundamentalmente
distintos, pues no son asiáticos, ni de una raza extranjera, según lo ar-
man sus enemigos. [...] Son, sin embargo, diferentes, frecuentemente
diferentes de manera indenible, [...] y la intolerancia de los grupos es
casi siempre, de modo bastante extraño, practicada más intensamente
contra pequeñas diferencias que contra diferencias fundamentales (p.
111, traducción propia).
Notemos, a partir de la cita arriba, que Freud habla de las pequeñas di-
ferencias entre los pueblos, pero el tema no se restringe a eso. Él entien-
de, además, que esas pequeñas diferencias participarían del desarrollo
de los sentimientos de hostilidad y extrañeza también entre las perso-
nas que, a pesar de las pequeñas diferencias, son semejantes. Freud le
puso a eso el nombre de narcisismo de las pequeñas diferencias (Freud,
1930/1974a).
A raíz de lo que se mencionó sobre las condiciones que imponen los
oyentes a los sordos, la extinción del uso de la lengua señas es una mar-
ca expresiva de violencia. Desde que se empezó a considerar al sordo
un participante de la categoría de lo extraño y lo siniestro, un extranjero,
miembro de una minoría, los oyentes han realizado muchas prácticas de
exclusión. Una de las expresiones máximas del aislamiento forzado de
los sordos, que han provocado los oyentes con su intolerancia, está en la
gura de Alexander Graham Bell, como narra Wrigley (1997). El famoso
inventor del teléfono fue también un entusiasta de la segregación de los
sordos. Para él, se debería impedir el matrimonio de una pareja sorda
para que se evitara en la especie humana el desarrollo de un gen de la
sordera. Además, observamos en el Congreso de Milán, que ocurrió en
1880, la expresión del rechazo de los oyentes hacia los sordos. En esa
ocasión, durante el congreso que se realizó con el objetivo de decidir
el futuro de los sordos, la mayoría votó por la extinción de la lengua de
señas de las escuelas y por la priorización de la enseñanza de la len-
gua oral para los sordos. Pusieron al sordo al margen de la sociedad,
corroborando con las prácticas eugenésicas de exclusión, como señala
Foucault (2010).
Reriéndose al narcisismo de las pequeñas diferencias, Freud
(1930/1974a) comenta que estaría presente en las riñas entre pueblos
adyacentes como españoles y portugueses, y alemanes del norte y ale-
manes del sur, por ejemplo. Esa es una conclusión que sacó Freud en
relación con una propensión de la humanidad a la agresividad. “Los sor-
dos son una minoría lingüística”, como arma Mottez (1979/2017, p. 28,
traducción propia). Eso implica reconocer que esa minoría tiene una len-
gua propia que la mayoría no comprende. El sordo, siendo un extranjero
en su propia patria, tensiona la gura del oyente, retirándolo del centro
de la soberanía. Sin embargo, también queda fuera de la gran mayoría
de las interacciones sociales, ya que son los oyentes quienes las organi-
zan, para sí mismos, basadas en la lengua oral y en su versión erudita, la
lengua escrita. Incluso, debido a la conexión entre la lengua hablada y la
lengua escrita, diversos sordos son considerados iletrados funcionales
(Guarinello, 2009).
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Lane (2005, p. 292, traducción propia), arma que “el ‘mundo sordo’
es un grupo étnico”. Por lo tanto, presenta sus características propias
en el convivio entre los pares, formas de nombrar a sus participantes,
además de diversos otros elementos que saca a la luz para sostener su
argumento. Se evidencia, entonces, que la identidad del sordo no debe
considerarse únicamente en función de su relación con el oyente. En ese
sentido, se debe considerar al sordo como alguien autónomo e indepen-
diente, sin tomar la audición como norma ni referencia.
Sabiendo que los sordos son una minoría lingüística, podemos com-
prender con más claridad, gracias a lo que formuló Freud, la historia de
violencia, control, dominio y segregación que han vivido los sordos bajo
imposiciones de los oyentes. Skliar nombró los diversos tipos de violen-
cia que sufren los sordos bajo el control de los oyentes como oyentismo.
Entre tales violencias está el esforzado intento de extinguir el uso de las
lenguas de señas. Además de eso, los oyentes obligan a los sordos a
seguir sus mismos modelos de vida.
Mottez (1979/2017, p. 26, traducción propia) comprende que “pertene-
cer a una minoría signica también, y nalmente, ser objeto, por parte
de la mayoría, de una cierta desconanza y de un cierto desprecio (énfa-
sis del autor)”. Las ideas de Mottez corroboran con la lectura freudiana
en relación con la violencia entre los pueblos. Empezamos a entender,
de esa forma, los elementos de la extrañeza y de lo no familiar que com-
ponen el malestar que existe entre oyentes y sordos.
Foucault (1978, p. 19. traducción propia), al hablar de los locos, arma
que “si la locura conduce a todos hacia un estado de ceguera donde
todos se pierden, el loco, por el contrario, le recuerda a cada uno su ver-
dad”. Las pequeñas diferencias denuncian una diferencia fundamental:
no hay ninguna cosa que sea igual a otra. Además, la incomunicabilidad,
la dicultad que tiene el oyente de establecer un diálogo con el sordo
denuncia, a su vez, otra verdad, tan importante para el psicoanálisis: la
comunicación plena es imposible.
Un camino a la hospitalidad
Hasta aquí, hemos abordado el tema de la sordera a través de las no-
ciones de lo no familiar y de lo extranjero. Señalamos el malestar que
existe en la tensión entre las diferencias y cómo han llevado tal malestar
a actitudes extremas en la relación de los oyentes con los sordos. Sin
embargo, en el momento, cabe señalar hacia un horizonte en el que sea
posible una relación. Es evidente que podemos explorar el tema a tra-
vés de la hospitalidad, abriendo las puertas para recibir al extranjero, al
Otro, a lo no familiar. Empecemos por como Derrida (2003) comprende
el comienzo de la hospitalidad.
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¿Debemos pedirle al extranjero que nos comprenda, que hable nuestra
lengua, en todos los sentidos del término, en todas las extensiones po-
sibles, antes y con el objetivo de acogerlo entre nosotros? Si ya hablara
nuestra lengua, ¿el extranjero seguiría siendo un extranjero y aún se ha-
blaría de él en términos de asilo y hospitalidad? (p. 15, traducción propia)
Si estamos en contacto con sordos, nos exponemos no solamente a la
lengua de señas, sino también a una nueva cultura y modos de relacio-
narnos. Strobel (2009) enumera algunos artefactos culturales propios de
la cultura sorda. La autora sorda entiende por artefacto cultural “lo que,
en la cultura, constituye producciones del sujeto que tiene su propio
modo de ser, ver, entender y transformar el mundo” (p. 39, traducción
propia). De los ocho artefactos que expone la autora, destacamos la ex-
periencia visual y lingüística. Conforme Wrigley (1997, p. 29, traducción
propia), “la sordera es eminentemente una experiencia visual”, de la que
deriva la comunicación a través del uso de una lengua de señas —otro
artefacto cultural—.
Considerar la visualidad un aspecto principal en el terreno de la sordera
descentra la idea de que esta tiene que ver con la audición. Trabajamos,
entonces, con la idea de que la audición —o la pérdida de ella— es un
problema únicamente para el oyente. Según Wrigley (1997, p. 15, tra-
ducción propia), “el grado de la pérdida auditiva les importa poco a los
miembros de la comunidad sorda. Lo que de verdad importa y hay que
tener en cuenta es el uso de la lengua de señas”. En ese sentido, pode-
mos comprender que la comunicación es la prioridad.
Una vez que empezamos a reconocer la extranjeridad inherente a la sor-
dera y a presenciar las experiencias análogas a las mencionadas arriba
que viven los sordos en el convivio con los oyentes, empezamos también
a considerar a los sordos personas “sin lugar”. Sin embargo, debemos
aclarar que esta no es una práctica deliberada de los sordos, sino una
condición muchas veces forzada por el oyente. Los sordos tienen su len-
gua como un elemento fundamental y una marca identitaria. La lengua
de señas, su uso y manutención, es un logro de los sordos que no debe-
mos despreciar.
Derrida (2003, p. 79, traducción propia) arma que “las personas ‘sin
lugar’, los exiliados, los deportados, los expulsados, los desterrados y
los nómadas tienen en común dos suspiros, dos nostalgias: sus muertos
y su lengua”. Por lo tanto, ¿debemos pedirle al sordo que hable la len-
gua del oyente? ¿Debemos exigirle que hable una lengua que para él es
extranjera? Tras reconocer el estatus lingüístico de la lengua de señas
(Stokoe, 1960) y sabiendo que es una marca identitaria del pueblo sor-
do, ¿debemos obligarlos aún a que se comuniquen en los moldes de la
comunicación oral de los oyentes?
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De la misma forma, debemos cuestionarnos en relación con eso cuando
consideramos la llegada del sordo al campo teórico-clínico del psicoa-
nálisis. ¿Qué hospitalidad le ofrecemos a ese extranjero que cuestiona
los fundamentos de una teoría y clínica basadas mayoritariamente en
la oralización? ¿Qué esfuerzo hacemos para adecuar a los sordos en un
escopo teórico? ¿Qué transformaciones en la lógica de operación de los
conceptos debemos realizar? ¿Se ofrece, por lo tanto, hospitalidad o aún
hay resistencias que, de manera hostil, cierran las puertas frente a la
presencia extranjera?
Derrida (2003) señala una lectura de Benveniste en relación con la pala-
bra hospitalidad. Lo que dice indica también el encuentro con una pa-
labra antitética. En la hospitalidad, o en su reverso, estaría la presencia
de la hostilidad. Así, al extranjero (hostis) lo reciben como huésped, pero
también como enemigo (Derrida, 2003, p. 41, traducción propia). El sor-
do es conciudadano, pero actuamos como si fuera extranjero. De la mis-
ma forma que sentimos que el contenido reprimido, que brota desde
adentro, familiar, heimisch, es algo totalmente extraño. Esa extrañeza
posibilita la práctica de la exclusión, en la ausencia de una capacidad
hospitalaria.
Ya que viene de un país sin territorio y habla una lengua distinta, al sor-
do lo debe recibir el analista como se recibe a un extranjero. No sola-
mente en los consultorios de psicoanálisis, sino también en su campo
teórico. El sordo, debido a su estatus de extranjero, sacude el dogmatis-
mo amenazador de una teoría y una clínica basadas principalmente en
la lógica oyentista.
En consonancia con lo que dice Derrida (2003, p. 69, traducción propia),
Digamos sí al que llega (énfasis del autor), antes de cualquier determina-
ción, antes de cualquier anticipación, antes de cualquier identicación,
sea esa persona un extranjero, un emigrado, un invitado o un visitante
inesperado, sea o no el que llega un ciudadano de otro país, un ser hu-
mano, animal o divino, alguien vivo o muerto, masculino o femenino (p.
69, traducción propia).
Digamos sí al sordo que llega al consultorio de análisis, en el campo teó-
rico del psicoanálisis y recibámoslo con una hospitalidad absoluta, que
no se impone como deber o caridad (Wrigley, 1997), o como una actitud
hostil disfrazada de benevolencia (Lane, 1992).
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