INTERCAMBIO PSICOANALÍTICO, 14 (2), 2023, pp 35 - 57
ISSN 2815-6994 (en linea) DOI: doi.org/10.60139/InterPsic/14.2. 3/
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DA SÍNTESE DIALÉTICA À
ORDEM PARADOXAL:
A TERCEIRIDADE COMO
CAMPO ANALÍTICO NA CLÍNICA
CONTEMPORÂNEA
.
DE LA SÍNTESIS DIALÉCTICA AL ORDEN
PARADÓJICO: LA TERCERIDAD COMO
CAMPO ANALÍTICO EN LA CLÍNICA
CONTEMPORÁNEA
FROM DIALECTICAL SYNTHESIS TO
PARADOXICAL ORDER: THIRDNESS AS AN
ANALYTICAL FIELD IN CONTEMPORARY
CLINICS
Camila Braz Padrão
Círculo Psicanalítico do Rio de Janeiro
ORCID 0009-0009-9624-9903
Correio electrônico: cpadrao.psi@gmail.com
Para citar este artículo / Para citar este artigo / To reference this article
Braz Padrão C. (2023) DA SÍNTESE DIALÉTICA À ORDEM PARADOXAL:
A TERCEIRIDADE COMO CAMPO ANALÍTICO NA CLÍNICA CONTEMPORÂNEA
Intercambio Psicoanalítico 14 (2), DOI:doi.org/10.60139/InterPsic/14.2. 3/
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Las investigaciones actuales en el campo psicoanalítico tienen como punto
de partida la experiencia clínica contemporánea en la cual el psicoanalista
se enfrenta a tipos de sufrimiento especícos, como psicosomáticos, tras-
tornos alimentarios, adicciones, síndromes de pánico, cuadros depresivos
y ansiosos. Aunque presenten diferencias entre sí, tales cuadros a menudo
se han abordado de manera aproximada y se inscriben bajo expresiones
como “estados límite” (Green, 1990) y “sufrimientos narcisistas-identitarios”
(Roussillon, 1999), entre otras. Estas conguraciones subjetivas evidencian
un distanciamiento considerable con respecto a la nosografía identicada
por Freud. Son pacientes cuyos síntomas no están circunscritos al modelo
teórico-clínico clásico del psicoanálisis freudiano, que se basa en las psico-
neurosis, lo que pone de maniesto la necesidad de nuevos modelos de
referencia, ya que denuncian la insuciencia del modelo freudiano, tanto
para su comprensión teórica como para su manejo clínico.
Los pacientes contemporáneos se presentan de manera muy diferente a los
pacientes clásicos de Freud: experimentan un sentimiento de vacío, traen
quejas difusas, se presentan en silencio, utilizan predominantemente la es-
cisión como defensa en lugar de la represión, y constantemente presentan
síntomas corporales y actos impulsivos. Su dinámica psíquica no se basa en
un conicto psíquico centrado en el Complejo de Edipo y en su angustia de
castración correlativa. Todo esto nos lleva a considerables limitaciones en el
uso de la asociación libre y en el campo de la simbolización.
La clínica de los llamados “casos difíciles” lleva al analista a alejarse de la
dimensión del conicto psíquico descrito por Freud en las neurosis y a pro-
mover una comprensión expandida, no centrada en el dualismo freudiano
ni en la idea de conicto, sino en la concepción de un campo de fuerzas:
un espacio compartido en la experiencia clínica que va más allá del campo
transferencial concebido por Freud, del análisis de lo intrapsíquico y de la
simple revelación de contenidos inconscientes. Su dinámica psíquica parece
estar más relacionada con experiencias traumáticas vividas en un período
anterior y más temprano, en el cual la capacidad de simbolización existe
solo de manera incipiente. Por lo tanto, se trata de problemáticas narcisis-
tas, cuya angustia correspondiente se reere a la intrusión/abandono del
objeto, lo que Green (1990) denomina “angustia de separación/intrusión”.
DE LA SÍNTESIS DIALÉCTICA AL ORDEN PARADÓJICO:
LA TERCERIDAD COMO
CAMPO ANALÍTICO EN LA CLÍNICA
CONTEMPORÁNEA1
1 Todas las citas del presente artículo han sido traducidas por nosotros del português.
Camila Braz Padrão2
2Psicóloga, psicoanalista, Máster en
psicología clínica (PUC-Rio), miembro del
Foro de psicoanálisis del CPRJ.
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Estos pacientes parecen tener como origen de su sufrimiento algo tempra-
no que apunta a sus relaciones primarias de objeto y a la forma en que tales
experiencias intersubjetivas forjaron su constitución subjetiva y narcisista.
Todo este contexto ya muestra un desplazamiento de la problemática de la
neurosis, basada en la idea del conicto psíquico frente a un deseo que en-
cuentra una prohibición, hacia una cuestión más elemental que versa más
sobre el existir y menos sobre el desear, ya que le precede.
Un autor que contribuye mucho al manejo clínico y la comprensión teórica
de estos casos es Roussillon. El autor aclara que, en estas problemáticas clí-
nicas, el sujeto está amenazado en su sentimiento identitario, ya que lo que
está en juego es la constitución narcisista. Describe, entonces, que se trata
de una “clínica de las patologías del ser”, que apunta a dicultades tempra-
nas, anteriores al Complejo de Edipo, diferenciándose, por lo tanto, de la clí-
nica de las neurosis, la clínica del objeto perdido, y constituyendo una clínica
de la no neurosis, la clínica del sujeto perdido, en la que los aspectos narci-
sistas, relacionados con la integración y la identidad, se ven cuestionados.
Aunque esta clínica apunte a un tiempo primario, anterior a las relaciones
de objeto propiamente dichas, el estatus del objeto no solo se hace presente
en este contexto, sino que se presenta como determinante en el proceso de
constitución psíquica. Por un lado, la clínica de las neurosis apunta al objeto,
a través de la lógica edípica, constituyendo así una clínica de las relaciones
objetales; por otro lado, lo que interesaba a Freud en ese momento se re-
fería principalmente a sus efectos intrapsíquicos. Paradójicamente, la clíni-
ca contemporánea se considera una clínica de las relaciones pre-objetales/
primarias, es decir, referida a un tiempo anterior al reconocimiento de
mismo como sujeto y del objeto como tal. Sin embargo, el estatus del objeto
es fundamental para su comprensión, ya que la problemática narcisista se
encuentra precisamente en el límite entre el yo y el no-yo, que se constituye
a partir de las relaciones primarias ofrecidas por el objeto. A este respecto,
Roussillon (2013, p.68) arma que “en todas las patologías del narcisismo
encontramos una doble amenaza en el encuentro con el objeto: si están
muy cerca, son intrusivos, si están muy lejos, están abandonando” y se re-
ere a esto a través de la expresión “problemática de la presencia” en la
base de la constitución narcisista. Más que administrar las idas y venidas
del objeto, el niño tiene la doble y paradójica tarea de identicarse con él y
diferenciarse de él, lo que se maniesta como un juego constante de pre-
sencia-ausencia, promoviendo la internalización del otro como parte de
mismo y, gradualmente, como objeto interno. Esta operación psíquica com-
pleja y gradual depende sin duda de la calidad del objeto y de la dinámica de
presencia-ausencia que este puede ofrecer al sujeto en constitución.
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Esta problemática se evidencia en la clínica contemporánea de los “casos
difíciles” y se actualiza en el entorno analítico y en la relación transferencial,
tomada con la especicidad propia de la clínica contemporánea, denomi-
nada como paradójica, según Roussillon (2013), y, por lo tanto, no puede
concebirse de la misma manera que lo hacía el psicoanálisis clásico. Según
el autor, el primer desafío del analista ante estos casos es trabajar la paradó-
jica angustia de invasión/abandono y la doble amenaza que se presenta en
el encuentro del sujeto con el objeto: la de ser invadido y la de ser abando-
nado. El analista debería trabajar para hacer ausente a un objeto acosador
que no deja ningún espacio psíquico no invadido para que el sujeto lo apro-
pie, pero sin dejar que caiga en la angustia de soledad y abandono radical,
ya que siempre que un objeto intrusivo se retira, ya sea desde el exterior o
incluso desde su lugar de objeto interno, lo que queda es un espacio que, a
pesar de estar vacío, el sujeto no puede habitar ni integrar. El autor, enton-
ces, trae a la escena transferencial la problemática de la presencia/ausencia
propia de los tiempos tempranos. Así, el analista se convierte en otro y bus-
ca establecer con el paciente una relación objetal positiva, es decir, una rela-
ción de no abandono, pero también de no intrusión o identicación masiva,
buscando, de esta manera, no reproducir en la situación analítica el lugar del
objeto que a veces invade y a veces abandona. Ahí radica toda la dicultad
de la técnica, ya que, según el autor, “toda interpretación es intrusiva y toda
falta de interpretación es abandonante” (2013, p.68), lo que nos lleva a una
aparente encrucijada analítica sin salida. Inferimos que la solución a este
dilema sea replantear el estatuto de la interpretación en el análisis y utilizar
otros medios de presencia no intrusiva en la escena analítica. Sin embargo,
para lograr este propósito, como propone Roussillon (2013), es necesario
recurrir a las contribuciones de autores posfreudianos y sus formulaciones.
Estos autores han establecido nuevas técnicas para abordar estos casos, lo
que incluye una nueva posición del analista, una nueva concepción y uso de
la transferencia y nuevos modos de intervención, es decir, una nueva clínica
para un nuevo sujeto.
En este punto, pedimos permiso para una digresión indispensable. Nos cen-
traremos durante un tiempo en las contribuciones de lo que consideramos
el precursor del psicoanálisis contemporáneo: Sándor Ferenczi. Considera-
do el ‘enfant terrible’ del psicoanálisis, Ferenczi fue uno de los interlocutores
más importantes de Freud y contribuyó enormemente al desarrollo del psi-
coanálisis. Inquieto y cuestionador, Ferenczi promovió innovaciones clínicas
contundentes e irrevocables, inaugurando una nueva forma de práctica psi-
coanalítica y promoviendo una elasticidad de la técnica psicoanalítica clásica,
que ya se mostraba insuciente en su época, especialmente en la clínica
de los “pacientes difíciles”, término que se refería precisamente a aquellos
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casos que no encajaban en el ámbito de las psiconeurosis. Dada la natu-
raleza necesaria de la mutualidad entre la teoría y la clínica que siempre
se ha manifestado en su experiencia y que constituye inexorablemente su
obra, aquí nos basaremos en algunas técnicas y conceptos especícos de
Ferenczi, considerado el analista de la experimentación, debido a su carácter
obstinado en la investigación teórica y clínica, su audacia cuestionadora y
su capacidad innovadora y creativa. Los aspectos que hemos elegido desta-
car aquí se reeren, sobre todo, a las innovaciones propuestas por el autor
que abordaron las dicultades clínicas y las limitaciones teóricas del modelo
freudiano ante la clínica de los “pacientes difíciles”.
Ya hemos dicho anteriormente, de manera introductoria, que la clínica con-
temporánea se aleja de la tesis freudiana sobre la prevalencia de la idea del
conicto psíquico, que toma la represión como defensa privilegiada. Desde
sus investigaciones sobre la histeria en los primeros días del psicoanálisis,
Freud identicó el síntoma histérico como el resultado de un conicto psí-
quico originado por el encuentro de un deseo inconsciente con una pro-
hibición de la moral sexual civilizada propia de la era victoriana. Todo este
conjunto de ideas proporciona la base para su teoría de las psiconeurosis,
que incluye la génesis del Ego y el superego (Freud, 1923). Este último sur-
giría de la disolución del Complejo de Edipo, que está relacionado con la
represión como mecanismo de defensa. En el caso del ego, la prohibición
de los impulsos eróticos por parte de las guras parentales, establecida por
la moral, lleva a que el niño, con el n de no perder las inversiones objetales
y preservar su objeto de amor, se identique con él. Estas identicaciones
primarias inician la diferenciación de su ego a partir del ello, una instancia
primordial e indiferenciada de la que parten todas las catexias pulsionales.
El pensamiento freudiano se basa en el dualismo, es decir, en un conicto
inicial entre dos fuerzas antagónicas que resulta en un síntoma como forma-
ción de compromiso, a través de la represión como mecanismo de defensa.
En este sentido, podemos observar que el dualismo freudiano naturalmente
implica una concepción dialéctica, ya que asume la idea de que una tesis
encuentra una antítesis y que este conicto culmina en una síntesis, repre-
sentada aquí por el síntoma como formación de compromiso. Pensar en
la dialéctica como fundamento losóco del dualismo freudiano también
tiene sentido si consideramos los esfuerzos de Freud desde el principio de
su teorización para establecer el psicoanálisis como un campo de conoci-
miento cientíco, basado en métodos y demostraciones, y arraigado en la
racionalidad y la previsibilidad. A lo largo de toda su obra, Freud se dedica
principalmente a dialogar con el lector para convencerlo a través de argu-
mentos lógicos y ejemplos que respalden las bases de sus teorías. Podemos
inferir que sus esfuerzos se asemejan a la lógica dialéctica de Platón, basada
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en el dualismo del mundo de las ideas frente al mundo de las cosas, el uso
del diálogo en la búsqueda de la verdad y la comprensión racional de lo
que aparentemente carece de razón, como los ataques histéricos, que antes
se interpretaban como posesiones demoníacas, por ejemplo. También se
asemejan al silogismo dialéctico aristotélico, según el cual las premisas pro-
bables buscan conrmación para adquirir la cienticidad necesaria que les
otorga el estatus de verdad (Japiassú y Marcondes, 2008).
Pero, ¿por qué mencionar estas consideraciones sobre el pensamiento freu-
diano y la estructura teórica presente en su obra en este momento? Nuestro
propósito aquí es diferenciarlo del pensamiento y desarrollo teórico-clínico
de Ferenczi, que se adapta a lo que proponemos en este trabajo: la supera-
ción de una visión dualista o dialéctica, propia de la clínica y la metapsico-
logía clásicas, y la consecuente adhesión a un pensamiento pluralista, más
complejo y paradójico, que aborde los “nuevos casos”. En este sentido, Gon-
dar y Canavêz (2022) nos dicen:
No nos encontramos con ninguna forma de dualismo en Ferenczi, un vesti-
gio que aún se encuentra en el estilo freudiano, ni con ninguna alternancia
del tipo “o esto o aquello”. Lo que encontramos (...) son conexiones que se
suman y se entrelazan, ofreciendo múltiples formas de abordar el camino”
(p.193).
Las autoras arman que Ferenczi valora las mezclas, los intersticios y las pa-
radojas, no adoptando una posición dualista y dialéctica, con la suposición
de la idea de progreso lineal y síntesis. El pensamiento de Ferenczi se rea-
rma como un pensamiento de lo múltiple, de la divergencia y de la disyun-
ción, no basado en la lógica de la contradicción y las oposiciones propias del
dualismo freudiano, promoviendo una desarticulación de la oposición entre
naturaleza y cultura y otras, según arman las autoras. Así, en una consi-
deración no dialéctica, encontramos en Ferenczi precisamente una lógica
paradójica, que presenta una especie de no conclusión contradictoria, en la
cual no es necesario elegir entre uno de los elementos de dicha contradic-
ción ni llegar a un resultado único. Gondar y Canavêz (2022, p.195) arman:
“una paradoja consiste en la armación de dos sentidos opuestos al mismo
tiempo. Ellos hacen coincidir, (...) regresión y progresión, trauma y creación,
crear y destruir sin que haya un tercer término, síntesis o formación de com-
promiso que medie o aplaque las incompatibilidades”1. Ahora bien, mien-
1 Varios trabajos, como el de Coelho Junior
(2015), señalan la idea de un tercer término
como síntesis, incluso en los primeros
desarrollos del psicoanálisis. En Freud,
esta noción se presenta en la idea del
padre como tercero, en la triangulación del
Complejo de Edipo, en conceptos como el
preconsciente, el síntoma y la formación
de compromiso, entre otros. En Lacan, un
ejemplo de esto es el Nombre del Padre.
Sin embargo, todas estas nociones están
relacionadas con la lógica dual y conictiva
del dualismo, en la que buscan “apaciguar
incompatibilidades”, algo que estamos
intentando superar, como veremos más
detenidamente en breve.
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tras Freud intenta construir una teoría cientíca con todas las limitaciones
impuestas por dicho proyecto, Ferenczi no teme alejarse del estatus cientí-
co de su época y lanzarse a experimentaciones, con el n de minimizar el su-
frimiento de los pacientes difíciles, cuestionando verdades incuestionables,
derribando adecuaciones y demoliendo límites clínicos y metapsicológicos.
Ferenczi, por lo tanto, implementó una serie de técnicas importantes que no
abordaremos en detalle en este trabajo, pero que se insertan en el contex-
to presentado aquí, como la experiencia de mutualidad, a partir del “sentir
con”, la idea de sintonía y el análisis mutuo. De esta manera, inauguró un
nuevo lugar para el analista, ahora presente en una posición más activa,
menos interpretativa y neutral, y más implicada, sobre todo en el campo
del afecto, es decir, afectando y siendo afectada por el paciente y participan-
do activamente en el trabajo psíquico realizado en el análisis, que ya no es
solo tarea del paciente. De este modo, teniendo a Ferenczi como precursor,
diversos autores contemporáneos se enfocan en un nuevo modelo de clí-
nica, a partir del cual buscan trazar nuevos caminos teóricos que puedan
brindarle apoyo, formulando, así, nuevos conceptos para una nueva clínica,
reiterando que la clínica es soberana e imperiosa, ya que es a partir de ella
que se inauguran nuevas formulaciones conceptuales.
En este intento de construir fundamentos teóricos para comprender los “ca-
sos difíciles”, observamos que varias contribuciones de importantes auto-
res de la clínica psicoanalítica apuntan hacia un tipo de campo común. Este
campo se reere a superar la idea de dualismo mencionada anteriormente.
Ahora deseamos aclarar lo que se presenta como una solución teórica ante
la superación propuesta aquí de la lógica dualista y de conicto propia del
psicoanálisis clásico. Se trata de la concepción de un tercero, en un sentido
especíco que, en nuestra opinión, no se constituye como un tercer elemen-
to concebido como producto/síntesis de la interacción de los dos elementos
que lo preceden, sino más bien como la comprensión de que este tercero
tiene contornos más complejos y debe entenderse como un proceso, te-
rritorio, área o espacio. De esta manera, se convierte en un campo, lo que
nos lleva a la idea de volumen y tridimensionalidad, como la creación de un
lugar no localizable que abarca una serie de procesos. Es algo que, como
mencionamos, escapa a la lógica dual y no se limita al conicto entre dos
fuerzas antagónicas o a la oposición dualista, tan valorada por la teoría freu-
diana, sino que se inscribe en una especie de orden paradójico, ya que es la
armación de dos o más sentidos simultáneamente, que delinean un nuevo
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y complejo campo, de donde surge la idea subyacente de que “el todo es
más que la suma de las partes”. Esta idea, por lo tanto, constituye una am-
pliación del campo analítico, que desafía la relación de linealidad/oposición
entre dos elementos y no se limita a ellos, sino que los abarca, sin borrarlos
ni superarlos, es decir, sin llegar a una conclusión nal y resolutiva, como
resultado de una especie de síntesis/formación de compromiso entre par-
tes en conicto. Este espacio/campo abarca la complejidad que queremos
destacar: algo nuevo que no pretende construir una síntesis dialéctica, sino
que se convierte en un nuevo y fértil terreno donde brotan cosas nuevas y
se producen nuevos vínculos, salidas creativas, formando un “espacio po-
tencial”, aludiendo al concepto winnicottiano.2
Resulta oportuno abordar ahora cómo se presenta clínicamente la
lógica de la terceridad, tal como la concebimos en este trabajo, es decir, no
circunscrita a la idea de un tercer elemento que surge como síntesis del con-
icto entre elementos anteriores, ni como una alternativa que busca supe-
rar un dualismo mediante la promoción de una salida resolutiva. Más bien,
se concibe mediante la armación de algo que no se limita a los elementos
que la preceden, otorgándole la complejidad de un campo analítico. Des-
de el punto de vista clínico, en términos generales, las concepciones que
nos interesan apuntan a un tercer “elemento” que se produce a partir de
la interacción analista-paciente, entendida como una interacción compleja
en la que están presentes los cuerpos, las mentes y los afectos de ambos.
Además, abarca todo lo que se produce, observa, escucha y siente en este
campo/territorio analítico, que, de esta manera, se puede considerar como
una especie de campo de fuerzas: un campo de afectación.
En este contexto, la producción de este tercer elemento, es decir, el campo
analítico, presupone lo que mencionamos anteriormente sobre la necesi-
dad de construir un nuevo lugar para el analista. Ahora se le concibe en su
totalidad, como sujeto de afectos que ya no se coloca simplemente como
un refugio para las proyecciones transferenciales del paciente, ni como el
sujeto del supuesto saber, el maestro descifrador de contenidos inconscien-
tes, ni siquiera como receptor pasivo y supuestamente neutral de afectos
dirigidos hacia él por estar en el lugar del otro, a través de la transferencia.
2 Existen varias acepciones del término
“tercero” en psicoanálisis. Como ejemplo,
en el trabajo de Coelho Junior (2015), se
presentan nueve “guras de la terceridad”
diferentes. Por lo tanto, es fundamental
aclarar que nuestro trabajo no tiene como
objetivo explorar las diversas teorías sobre
la terceridad. Nuestra elección teórica
se basa en autores que consideramos
se acercan a nuestra concepción de la
terceridad tal como la denimos en el
presente artículo.
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Insistimos en este punto fundamental: la clínica contemporánea exige que
el analista se aparte del papel meramente interpretativo, del mero analista
de la transferencia, y actúe como un constructor de signicados en conjunto
con el paciente, asumiéndose como objeto pero también como sujeto de
esta relación. Esto implica que el analista presta su inconsciente, su cuerpo
y sus afectos, ya que estos elementos participan directamente en el trabajo
analítico, a través de la experiencia compartida del “sentir con”, a través del
vínculo y la presencia precisamente de lo que parece haber faltado en la
experiencia objetal primaria de estos pacientes.
Este nuevo lugar del analista, por lo tanto, resulta en una nueva relación y
una nueva experiencia transferencial. Este conjunto de elementos resulta en
la construcción de este territorio/campo, de esta área analítica producida a
partir de esta nueva forma de relación, que no se basa únicamente en la pa-
reja analítica, sino en este complejo campo transferencial en el que posible-
mente se pueden producir conexiones, simbolizaciones, nuevos signicados
o simplemente, y no lo armamos como si fuera poco, ofrecer al paciente
una nueva experiencia de relación, acogimiento, reciprocidad y vínculo, ya
que, como dijo Ferenczi, lo que cura es el afecto.
La aparición teórica y conceptual de este campo como tercer “elemento”,
entendido como un espacio y constituido en una especie de orden paradóji-
ca, como mencionamos anteriormente, está precedida, en nuestra opinión,
por esta nueva y ampliada concepción de la clínica psicoanalítica inaugurada
por Ferenczi. Para fundamentar esto, a continuación presentaremos algu-
nas contribuciones teóricas y clínicas de otros autores que creemos que se
ajustan a nuestra idea central en este artículo. Aunque existen diferencias
conceptuales entre ellos, el terreno común que encontramos entre estos
autores se reere a al menos algunos de los siguientes aspectos que nos
interesan: (I) la noción teórica de un tercero, entendida no solo como un sim-
ple elemento, sino como un proceso, un espacio, una zona, y fundamentada
en una orden paradójica que trasciende la lógica dual o la síntesis dialéctica,
así como sus elementos y la noción de conicto; (II) la idea de que esta con-
cepción teórica surge de la insuciencia o inadecuación del marco teórico y
clínico psicoanalítico clásico; (III) la armación de que el tercer elemento que
forma esta orden paradójica se presenta en aspectos defensivos propios de
situaciones de trauma y ruptura, aunque también se evidencia en el desa-
rrollo normal; (IV) la noción de un trauma temprano, comúnmente relacio-
nado con fallas del objeto como un determinante de la patología contempo-
ránea, lo que subraya la importancia de la construcción de este campo fértil
y paradójico de la terceridad en la situación analítica.
La teoría de Winnicott se ajusta a lo que estamos tratando de desarrollar en
este trabajo. Su obra está marcada tanto por la noción de paradoja como
por la idea de una especie de tercer elemento, que él dene como un espa-
cio. Nos estamos reriendo a la noción de transicionalidad (2000). Sus con-
ceptos de objeto, fenómeno y espacio transicional apuntan a la existencia
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de un tercer elemento que constituye un espacio, un área intermedia creada
en el “entre”, en un territorio que no es ni externo ni interno, sino, paradó-
jicamente, ambos a la vez. Dentro del campo transicional que él propone,
encontramos una serie de paradojas comunes al proceso de desarrollo en
sí, que, por lo tanto, no deben ser resueltas, sino aceptadas y toleradas. Es-
tas paradojas constituyen un área intermedia que establece los límites entre
interno/externo, yo/no-yo. Estos límites no se forman como una línea na
entre estos elementos, sino como un espacio de transición que garantiza la
idea de continuidad. Algunos ejemplos de paradojas propias del proceso de
maduración encontradas en la obra de Winnicott incluyen la armación de
que el objeto transicional es y no es el pecho; la denición de la capacidad
de estar solo en presencia del otro (1983); la noción de ilusión (2000), según
la cual el objeto debe ser encontrado para ser creado; o la idea de la primera
posesión de un objeto no-yo, denido como un objeto que no está dentro
del niño ni fuera de él, sino en un espacio utópico en el límite entre lo interno
y lo externo, donde se encuentran procesos que no se pueden ubicar.
Winnicott también considera el uso de defensas paradójicas que se presen-
tan si el entorno no ha sido lo sucientemente bueno para asegurar una
experiencia de ilusión, construcción de un espacio potencial y continuidad
del ser. En este caso, el sujeto vive experiencias traumáticas de ruptura y
discontinuidad que lo llevan a agonías impensables y al miedo del colapso
(1994). En un intento de elaborar estas experiencias, el sujeto recurre a de-
fensas paradójicas que promueven la suspensión de la oposición primario/
secundario, interno/externo, estableciendo así una especie de puente por
encima de las discontinuidades en un intento de abrir un espacio interme-
dio que pueda abarcar sus fenómenos psíquicos y garantizar una experien-
cia de continuidad del ser.
Otro autor que se ajusta a nuestra exposición es Thomas Ogden (1996),
quien aborda la cuestión de la terceridad con el concepto de terceridad ana-
lítica. Antes de explorar sus complejas formulaciones sobre la terceridad,
es necesario aclarar una aparente contradicción, lo que requerirá un cierto
desvío. Coelho Junior (2015) sostiene que la teoría de la terceridad de Ogden
se basa en la dialéctica, pero considera que la concepción losóca que me-
jor respaldaría las ideas del autor sería la “dialéctica sin síntesis”.3 En efecto,
a lo largo de su libro, Ogden rearma repetidamente la dialéctica como fun-
damento de sus ideas. Nos aventuramos a armar que la tesis que sustenta
3 Es importante destacar que aunque esta
concepción losóca se atribuye a Merleau-
Ponty, se originó en las ideas del lósofo
Heráclito de Éfeso. Heráclito, considerado
el padre de la dialéctica, armaba que la
realidad tiene una pluralidad de opuestos
que no están en conicto, sino en una
relación de complementariedad que les
conere una unidad básica (Marcondes,
2007).
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su argumentación se basa precisamente en una propuesta dialéctica de la
clínica, lo cual representa una ruptura con el modelo prevaleciente hasta en-
tonces en el psicoanálisis, lo cual concuerda con lo que proponemos aquí.4
La “dialéctica sin síntesis” a la que se reere Ogden en su teoría del tercer
elemento analítico se basa en la obra de Hegel. A diferencia de la dialéctica
clásica que se enfoca en la tesis-antítesis-síntesis, el enfoque de Ogden bus-
ca romper con la idea de síntesis. Esto se asemeja a la concepción de una
“orden paradójica” que hemos formulado en este trabajo. Para comprender
mejor esta “dialéctica sin síntesis” y su relación con la losofía, se puede ha-
cer referencia al término Aufhebung utilizado por Hegel, que resalta cómo su
dialéctica rompe con cualquier intento de síntesis presentes en las concep-
ciones dialécticas de la losofía antigua.5 El término proviene del verbo ale-
mán Aufheben, que posee tres signicados: (I) cancelar, negar, anular; (II) pre-
servar; (III) elevar a un nivel superior. La comprensión del signicado al que
se reere el término depende del contexto en el que se utiliza. Sin embargo,
en la obra de Hegel, este término abarca los tres sentidos simultáneamente.
Es decir, la dialéctica hegeliana no es solo un método, sino la estructura de
la cosa en su devenir: las cosas se constituyen dialécticamente a través de
un proceso histórico, temporal y progresivo que conforma una especie de
movimiento. En este proceso, las etapas sucesivas no anulan las anteriores,
sino que las superan al mismo tiempo que rearman su existencia, generan-
do una transformación que incluye todos los estadios del proceso.6
4 En este sentido, Coelho Junior (2015)
destaca que Ogden y muchos otros autores
formularon sus teorías sobre la tercera
entidad bajo la inuencia de una visión
intersubjetiva, principalmente promovida
por exponentes de la escuela inglesa y sus
seguidores, con el propósito de criticar las
relaciones de objeto y el predominio de las
relaciones duales inherentes a la llamada
two body psychology, introduciendo así
el concepto de tercero. Del mismo modo,
las teorías de las relaciones objetales
surgieron como una alternativa a la teoría
clásica y solipsista, que se centraba en lo
intrapsíquico, conocida como one body
psychology.
5 Término de difícil traducción,
generalmente se utiliza el neologismo
‘suprassunção’ como referencia en
portugués.
6 Como ejemplo ilustrativo, comúnmente se
utiliza el ejemplo del trigo que necesita (I) ser
negado en su forma natural para convertirse
en pan, (II) permanecer preservado, ya que
es el pan, (III) elevarse/transformarse en una
nueva forma, el pan.
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O propio Ogden (1996) aborda la denición de Aufhebung según Hyppolite:
es un término de la dialéctica de Hegel que signica simultáneamente negar,
suprimir y conservar, y fundamentalmente elevar - pero lo hace a partir del
uso del término por Freud en “La negación” (Freud, 1925). Ogden considera
que Freud propone una interpretación dialéctica a partir de la postulación
de la noción de Verneinung (negación). Aunque no podemos armar esto,
en nuestra opinión, es más probable que Freud haya utilizado el término
alemán en el sentido de cancelación/negación. Sin embargo, estamos de
acuerdo con Ogden en que la noción de negación acuñada por Freud sin
duda conlleva una dimensión dialéctica, pero creemos que lo hace de mane-
ra muy especíca: armando algo a partir de su negación, lo que no encaja
completamente en la lógica hegeliana del término, ya que no incluye el sig-
nicado de elevarse/aumentar a otro nivel o producir una transformación.
De todos modos, aunque podemos armar categóricamente la naturaleza
innovadora y disruptiva de su obra, esto no libera a Freud de la centralidad
de un pensamiento lineal y dualista como hilo conductor de su producción,
como señala el propio Ogden (1996) al armar que Freud lucha “contra las
limitaciones de la linealidad de pensamiento exigida por las nociones positi-
vistas de causalidad” (p.13). Sin embargo, a continuación, comenta que “los
ejemplos de cómo Freud intenta formular sus ideas en términos lineales,
diacrónicos, son numerosos y se extienden por toda su obra” (p.13). Com-
plementa el argumento citando algunos ejemplos en los que el autor intentó
promover una progresión: del inconsciente a la conciencia; del principio de
placer al principio de realidad; del Ello al Yo; del proceso primario al proceso
secundario. La crítica de Ogden al respecto reconstruye la idea lineal de pro-
greso y rearma la lógica paradójica y dialéctica propia de la “suprassunção”,
como se observa en su armación:
La linealidad del pensamiento oscurece lo que creo que es la naturaleza
radical del proyecto psicoanalítico, es decir, la noción de que el sujeto (...)
puede ser conceptualizado como el resultado de un proceso continuo en
el cual (...) es simultáneamente constituido y descentralizado de sí mismo a
través de la negación y la preservación de la interrelación dialéctica entre la
conciencia y el inconsciente (1996, p.13).
Hay varios pasajes que evidencian la cercanía de sus ideas a lo que llama-
mos “paradoja”, a través de la expresión “orden paradójico”. La construc-
ción del propio texto utiliza una serie de recursos que apuntan directa o
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indirectamente a esta postura, como vemos en la analogía que establece
entre el analista-analizado y el escritor-lector, armando que lo que suce-
de entre estos dos sujetos no se trata de ventriloquia, sino de un evento
humano complejo. Luego arma que se crea un tercer sujeto en la expe-
riencia de la lectura, un sujeto que no se reduce ni al escritor ni al lector. La
creación de este tercer sujeto sería la esencia de la experiencia de lectura,
al igual que el núcleo de la experiencia psicoanalítica.7 Más adelante, Ogden
reafirma la complejidad y el carácter dialéctico en el sentido hegeliano que
ya hemos examinado y, por lo tanto, también histórico, de la experiencia de
lectura y, de manera análoga, del análisis. Afirma que el escritor y el lector
no se crean mutuamente de manera ahistórica: «El presente en el que surge
el tercer sujeto no es simplemente el momento actual, sino el ‹momento
presente del pasado› (...) que (el pasado) habla a través de nosotros tanto
como hablamos a través del otro” (1996, p.2). Más adelante, dice que el lec-
tor transformará lo que lee en algo que ya no son las palabras que había
leído. Expresando esta idea en términos de la experiencia analítica, arma
que (1996):
Los sujetos del análisis... mantienen una relación dialéctica entre sí. De los
elementos de la dialéctica entre sujeto y objeto comienza a emerger un nue-
vo conjunto que... se revela como una nueva fuente de tensión dialéctica. El
proceso analítico que crea al analista y al analizante es un proceso en el cual
el analizante no es simplemente el sujeto de la investigación analítica... (p.2)
El autor continúa desarrollando su argumento al destacar que el analista
no es solo un observador subjetivo de este proceso, ya que su experiencia
subjetiva también forma parte de este esfuerzo y representa la única vía
posible para comprender lo que se está intentando entender. A modo de
conclusión, Ogden (1996) resume su idea de que
El psicoanálisis puede ser concebido como un esfuerzo por experimentar,
comprender y describir la naturaleza cambiante de la dialéctica generada
por la creación y negación del analista por parte del analizado y del analizan-
te por parte del analista (...). La tensión dialéctica generada por esta nega-
ción y reconocimiento creativos no constituye una cuestión a responder, un
enigma a resolver (...), no tiene una respuesta (p.5).
7 El autor comienza el texto advirtiéndonos
que su propuesta se reere a un tercero
que se forma a partir de los dos elementos
iniciales, pero que no los borra ni se cierra
en ellos, sino que produce una tercera
entidad que no es idéntica a ellos, sino
algo nuevo que surge de ellos. Hay varios
pasajes en los que esta idea es evidente,
pero aquí solo mencionamos algunos para
respaldar nuestro argumento.
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Ahora que hemos establecido que la dialéctica utilizada por Ogden (1996) se
alinea con la tesis que estamos proponiendo aquí, podemos proceder a un
breve examen de su conceptualización del tercer analítico intersubjetivo,8
denominación que rearma su aliación a los teóricos de la intersubjetivi-
dad. Al explorar las formulaciones del autor sobre este concepto, se hace
evidente cuánto su concepción de un psicoanálisis contemporáneo diere
de manera contundente del psicoanálisis clásico freudiano. En su texto, en-
contramos la consideración de que el pensamiento psicoanalítico contem-
poráneo ya no se ocupa de las dinámicas intrapsíquicas ni de la idea de que
el analista es una pizarra en blanco y un receptor pasivo de las proyecciones
del analizante. Por el contrario, ha evolucionado hasta el punto en que ya
no se puede considerar al ‘analista y al analizante como sujetos separados
que se toman mutuamente como objetos’ (1996, p.58). La desarticulación
de la comprensión solipsista e intrapsíquica y de una comprensión clásica
de la relación transferencial se evidencia a través de la propuesta de una
nueva concepción basada en la dialéctica intersubjetivista. Esto abarca las
subjetividades del analista y el analizante, y un campo que se forma como
un tercero a partir de su interacción, rearmándose como un orden paradó-
jico en la medida en que se constituye a través de la experiencia dialéctica de
estar simultáneamente en el terreno de las subjetividades del par analista/
analizante y en el campo de la intersubjetividad engendrado por ellas, es de-
cir, el tercer analítico. De esta manera, la intersubjetividad y las subjetivida-
des individuales del analista y el analizante crean, niegan y preservan unas
a otras. Hay un movimiento dialéctico de subjetividad e intersubjetividad en
la situación analítica, y ambas constituyen el tercer analítico. Según el autor,
el proceso analítico reeja la interrelación de tres subjetividades: la del ana-
lista, la del analizante y la del tercer analítico, que consiste en una creación
del analista y el analizante al mismo tiempo que ambos son creados por el
tercer analítico. En este sentido, no hay analizante, analista o incluso análisis
en ausencia del tercer elemento, ni tercer elemento sin análisis. Para Ogden
(1996), la propia experiencia analítica ocurre dentro del tercer analítico, es
decir, es producida por él. Esto signica que lo constituye y, dialécticamente,
también es constituido por él. La “experiencia analítica ocurre en el vértice
del pasado y el presente e involucra un ‘pasado’ que está siendo recreado...
a través de una experiencia producida entre el analista y el analizante (es
decir, dentro del tercer analítico) (p.72).”
8 La expresión ‘tercero analítico
intersubjetivo’, comúnmente utilizada
de manera abreviada, es mencionada
por el autor en una nota a pie de página
en la página 60, donde proporciona
una aclaración importante: su concepto
innovador no tiene ninguna relación con el
tercer elemento edípico/simbólico.
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Ahora pasaremos a algunos aspectos relacionados con el tercer analítico
que evidencian el quiebre mencionado anteriormente con el psicoanálisis
clásico. La creación del tercer analítico se realiza conjuntamente e involu-
cra la historia personal y la constitución psicosomática del analizante y del
analista. Por lo tanto, ningún sentimiento, pensamiento o sensación puede
considerarse estrictamente personal, ya que todo lo que ocurre en la expe-
riencia analítica es creado o al menos modicado por el tercer analítico, y
no permanece como era fuera de ese contexto. Lo personal, denido por el
autor como lo individualmente subjetivo, se ve alterado por la experiencia
del tercer analítico. Por otro lado, en el psicoanálisis clásico, el analista debía
superar o apartar su actividad psicológica personal para centrar su atención
en el analizante. Ogden (1996) critica esto y arma que una concepción de
la experiencia del analista que descarta estos hechos clínicos personales lo
lleva a ignorar o reducir gran parte de su experiencia con el analizante y con-
cluye: “si queremos ser analistas en el sentido completo, debemos intentar
conscientemente hacer que incluso este aspecto de nosotros mismos parti-
cipe en el proceso analítico” (p.79).
Esta consideración reconoce una nueva posición para el analista, como ya
lo hizo Ferenczi, negándole una posición de neutralidad y colocándolo como
parte esencial del proceso analítico. Al estar subjetivamente implicado, el
analista tiene una presencia activa y forma parte integral del trabajo ana-
lítico, con su capacidad para pensar pensamientos, sus sentimientos e in-
cluso sus sensaciones corporales, siendo una parte constitutiva del tercer
analítico. Esta posición va más allá de la idea del papel del analista como
mero decodicador de la relación transferencial y contratransferencial; esta
última relacionada con lo que el paciente le suscita y el contenido del análi-
sis. Con respecto a este aspecto, Ogden arma: ‘Creo que el uso del término
contratransferencia para referirse a todo lo que el analista piensa, siente y
experimenta sensorialmente oscurece la simultaneidad de la dialéctica de la
subjetividad individual y la intersubjetividad’ (1996, p.70). Este enfoque con-
sistiría en una especie de rearmación de la individualidad y del subjetivis-
mo sobre la intersubjetividad propia del tercer analítico. El analista perma-
necería en un lugar de supuesta neutralidad. Sin embargo, en la medida en
que consideramos el concepto del tercer analítico, ninguno de los polos de
la dialéctica existe de manera pura, es decir, el analista y el analizante no se
presentan como entidades separadas, sino como creaciones de la intersub-
jetividad analítica. Por lo tanto, en contraposición a la técnica clásica, Ogden
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considera que no es tarea del analista desentrañar los elementos constitu-
tivos de la relación en un esfuerzo por determinar las cualidades de cada
individuo, el analista y el analizante. Más bien, la tarea analítica que propone
implica intentar examinar la experiencia de la interrelación dialéctica de las
subjetividades y la intersubjetividad que constituyen el tercer analítico en
benecio del trabajo analítico.9
Aunque Ogden no se reera al ‘tercero analítico’ como un espacio, área o
campo, arma que este se forma a partir de dos elementos que le antece-
den, sin borrarlos, manteniendo características paradójicas y representan-
do una ampliación de lo ‘analítico’. Lo ‘analítico’ se entiende como un lugar
no localizable que abarca todo lo que sucede en el contexto analítico y lo
engendra, al mismo tiempo que es engendrado por él, incluyendo los pen-
samientos, sentimientos y sensaciones del paciente, el analista y el ‘tercero
analítico’. De esta manera, propone un cambio en la dinámica dual propia
del psicoanálisis clásico, ofreciendo una perspectiva que arroja luz sobre la
clínica contemporánea.
No podemos dejar de mencionar a André Green, otro autor importante
cuyo trabajo presenta conceptos teóricos que sugieren la existencia de un
tercer elemento, como se observa en las nociones de ‘terceridad’, ‘proceso
terciario’ y en su ‘teoría de triangulación generalizada a un sujeto sustituible’.
Sin embargo, somos bastante críticos con su teorización sobre el tercero, ya
que se basa en gran medida en la metapsicología y en la simbolización, y en
este sentido, nos parece más limitada y menos innovadora que la propuesta
de Ogden. El desarrollo de sus formulaciones sobre el tercero parece derivar
de dos factores.
El primero se reere a la crítica de cierta disminución del valor de las trian-
gulaciones edípicas, que atribuye principalmente al crecimiento de los es-
tudios psicoanalíticos de las relaciones pregenitales/preobjetales. Según él,
la comunidad psicoanalítica, inuenciada especialmente por los métodos
de observación madre-bebé de Mahler, habría enfatizado este momento
9 En el capítulo sobre el tercero analítico,
Ogden (1996) utiliza dos viñetas clínicas
para ejemplicar cómo se maniesta el
terccero analítico en la práctica clínica y
cómo puede ser utilizado en el trabajo de
análisis. El autor comparte experiencias
personales, sentimientos y sensaciones
que formaron parte del tercero analítico en
estos dos casos y explica cómo utilizó este
material en el análisis de dichos pacientes.
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dual, previo a la relación objetal triangular edípica, poniendo énfasis en las
angustias de separación e intrusión relacionadas con el período pre-obje-
tal, y dejando de lado el complejo edípico y su correspondiente angustia de
castración.10 Aunque Green (2008) arma reconocer la importancia de los
estudios sobre la fase pregenital, considera una ilusión armar que el padre,
como tercero, no participe en los procesos psíquicos en esta etapa. El autor
nos parece incluso hasta resentido por el hecho de que el padre y la función
paterna hayan sido relegados a un segundo plano, y no admite la posibilidad
de que el padre esté ausente como tercero en la relación entre la madre y el
bebé. Atribuye a Lacan el gran mérito de haber restablecido la importancia
de la función paterna, no solo en las neurosis, sino en todas las patologías:
“Siguiendo las reexiones de Lacan, me sentí conmovido por la idea de que
las relaciones triangulares habían sido descuidadas y arbitrariamente limi-
tadas al complejo de Edipo. Mucho más que una función, era una metáfora
paterna” (p.230). Green parte, entonces, del rescate del tercero, inicialmente
a través del complejo de Edipo, para promover una expansión de la idea del
tercero en la triangulación, esta vez no limitada al complejo edípico. Así, el
autor se aleja, aunque no completamente, de la concepción freudiana clási-
ca de la triangulación. Para recuperar el tercero en la triangulación y escapar
supuestamente de la limitación edípica, Green propone la idea de que inclu-
so en la relación madre-bebé, el padre se hace presente, si no como perso-
na, al menos como una presencia en la psique materna. De ahí proviene su
teoría de la triangulación generalizada a un tercero sustituible, según la cual
no necesariamente el padre constituirá el tercero de la relación triangular,
ya que este lugar puede ser ocupado por cualquier objeto que se convierta
en el otro del objeto (2008). Esto implica una relación ternaria formada por el
sujeto, el objeto y el otro del objeto, donde este último puede variar a través
de un desplazamiento, pero manteniendo la estructura triangular.
El segundo factor que seguramente contribuyó a que Green se adentrara en
la conceptualización de la terceridad y con el que concordamos, consiste en
una crítica al dualismo freudiano, marcado por una oposición binaria. Con
excepción del complejo de Edipo y las teorías de las instancias, en las que la
terceridad se maniesta de manera clara e ineludible (2008, p.232):
10 Nos parece que la crítica de Green
hacia las relaciones pregenitales duales y
su intento de rescatar un tercero, aunque
no necesariamente edípico, sino que
garantizaría el proceso de triangulación, se
reere a lo que Coelho Junior (2015) armó
sobre el surgimiento de las teorías de la
tercereidad en el psicoanálisis como una
respuesta crítica a lo que se conoce como la
psicología de los ‘dos cuerpos’, mencionada
anteriormente.
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En la estructura general de los elementos de la teoría freudiana, se observa
que la dualidad es la regla: dualismo pulsional, pares de opuestos, represión
primaria y secundaria, entre otros. No se podría terminar de enumerar la
cantidad de nociones fundamentales que se presentan en pares y que están
impregnadas de relaciones de antagonismo en una dialéctica sutil.
Alineado con la postura crítica que buscó enfrentar a two body psychology,
como mencionamos anteriormente, Green (2008) inere que cuando se al-
canza un cierto grado de complejidad, la dualidad parece volverse insucien-
te para dar cuenta de las relaciones, lo que lleva a la necesidad de recurrir
a las relaciones tríadicas. Curiosamente, en su desarrollo de la terceridad,
Green, que primero reconoció en Lacan un salvavidas para el rescate del ter-
cero a través de las nociones de función y metáfora paterna, luego intenta
deshacerse de él, enredándose en una trama tejida por sí mismo. Buscando
escapar de lo que considera el encierro al que Lacan nos había sometido,
reriéndose a la concepción lacaniana del lenguaje solo como un sistema de
representación de la palabra, recurre a la obra del lósofo Charles S. Peirce,
quien incluyó la representación de la cosa a través de una articulación entre
el lenguaje y la semiótica. Así, la contribución de Peirce llevó a Green a su
concepción de la terceridad. Esto quizás se deba en parte al hecho de que la
propia teoría de Peirce se basa en una lógica terciaria. Para él, el lenguaje se
reere a cualquier fenómeno que traduzca una cosa en otra cosa a través de
una más, que busca vincular las dos anteriores. Su concepción de la semio-
sis consta de tres categorías: (I) la primeridad, formada por la calidad percep-
tiva o la sensación, se reere a lo que aún no tiene referencia, el fenómeno
en sí, antes de que sea percibido; (II) la secundidad, que implica respuesta,
reacción, corresponde a la percepción, consiste en la constatación del origen
de una sensación y de lo que la motivó; y (III) la terceridad, que es la repre-
sentación, es lo que relaciona el fenómeno de la secundidad con el de la
primeridad, es lo que permite generalizar el fenómeno percibido. Entonces,
traduciendo su compleja teoría en términos semióticos, ‘la terceridad es lo
que trae la primeridad (...) a la interacción con la secundidad (...) una interac-
ción realizada a través del pensamiento y su capacidad para establecer leyes
y generalizaciones, es decir, la acción del signo, su fuerza interpretativa (la
terceridad)’ (Coelho Junior, 2015, p.188).
Observamos que las inuencias de Lacan y Peirce en el pensamiento de
Green sobre el tercero limitan en gran medida su teoría de la terceridad al
ámbito de la simbolización. La producción de un tercero para Green se ori-
gina en los límites de la dualidad y constituye el fundamento de la actividad
simbólica, estando relacionada con el sistema representacional basado en
el signo como representante de un fenómeno, lo que nos lleva a concebirlo
simbólicamente, pero con énfasis en la lógica tríadica. El autor explica que el
símbolo se dene como un objeto cortado en dos, cuyos portadores pueden
unir ambas partes, pero arma que de hecho hay tres objetos: las dos piezas
separadas y el objeto correspondiente a la unión de ambas, que constituye
el tercero (Green, 2008). Al aplicar estas ideas a la situación analítica, arma
que los obstáculos de la relación dual analista-analizante terminan limitando
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los intercambios en una circularidad sin salida y deja en claro que solo la
producción de un tercero construye el fundamento para la actividad sim-
bólica: “En la sesión, el objeto analítico es como este tercero, producto de
la reunión de aquellos constituidos por el analizante y el analista” (p.231).
Así fundamenta la idea del proceso terciario, que constituye un proceso de
conexión entre los procesos primarios y secundarios. El proceso terciario
sería responsable de promover la simbolización en el contexto analítico:
“Si los procesos terciarios no existieran, no habría análisis. Lo que signica
que si no hubiera mecanismos de conexión entre los procesos primarios
y secundarios, no veo cómo podría llevarse a cabo su integración” (Green,
1990, p.36). Esta conexión de la que habla Green está en el corazón de su
compleja teoría de la representación, que no abordaremos aquí. Pero de-
seamos destacar su idea de que es a través de la conexión promovida por el
proceso terciario que los contenidos del proceso primario se convierten en
palabras y se integran en la cadena del lenguaje, vinculándose así al proceso
secundario.
La preocupación de Green por los procesos de simbolización cobra sentido
si consideramos sus investigaciones sobre los estados límite, ante los cuales
arma que el analista no puede quedarse pasivo: debe restablecer activa-
mente los vínculos atacados por el pensamiento del paciente, construyendo
el setting como un espacio que busca transgredir la separación entre ele-
mentos, pero, paradójicamente, también establece contornos, como propo-
ne el concepto winnicottiano del holding o la noción bioniana del continente.
Aunque se enfoca en la cuestión de la simbolización, Green amplía la función
del analista en el proceso de simbolización, que ya no sería exclusiva del pa-
ciente, sino el resultado de modicaciones que presuponen la presencia del
cuerpo, el afecto y otros medios de escucha que van más allá de la escucha
en sí, que revela lo que ocurre en el setting más allá de la representación de
palabras.
En este contexto, propone que el analista debe tener oídos más sensibles a lo
arcaico y adentrarse en ello. Esto implica un retorno a lo que él dene como
el “contacto primitivo”, es decir, rescatar la comunicación cuerpo a cuerpo
que se dejó de lado cuando se estableció que la comunicación a través de
palabras era más apropiada. En este sentido, Green retoma la idea lacania-
na de la “palabra como homicidio de la cosa”, según la cual es a través de
la renuncia a una comunicación corporal que se establece la comunicación
verbal, lo que resulta en un proceso de duelo inexorable en la constitución
de la palabra. Por lo tanto, el discurso analítico se compone de un proceso
de duelo que proviene del nacimiento de la palabra, un proceso que, según
Green, no debemos completar, sino más bien reiterar. Es precisamente por
esto que el discurso analítico es necesariamente una “palabra pulsionaliza-
da”, es una “habla corporalizada”, y por esta razón, podemos armar que el
cuerpo y la palabra coexisten y se articulan en el proceso analítico.
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De esta manera, vemos que Green recurre nuevamente a Lacan, pero pre-
cisamente en lo que se reere a la inclusión de la representación de la cosa
que buscaba en Peirce. En su opinión, la representación de palabras no
abarca toda la gama de procesos que ocurren en el setting, por lo que es ne-
cesario incluir otros modos de representación, más allá de las palabras. La
idea lacaniana de que la palabra es el “homicidio de la cosa” denuncia que lo
simbólico es incapaz de dar cuenta de lo real, armando su limitación y, por
lo tanto, la existencia de un resto, no simbólico, innombrable, no circunscrito
en la representación de palabras, pero que se presenta en la escena analíti-
ca como un resto por simbolizar.
Así, a pesar de ser el a las inuencias de la metapsicología freudiana y a
la herencia lacaniana que no logra superar completamente, Green desa-
rrolla su metapsicología de los límites, yendo más allá de sus predecesores
y proponiendo nuevas perspectivas en la clínica de los estados límite. Su
concepto de terceridad y proceso terciario parte, entonces, de un lugar de
gran proximidad a la metapsicología freudiana para alejarse gradualmente
de ella, inicialmente a través de la conceptualización de una terceridad que
intenta abordar lo que la dualidad freudiana no podía. En este movimiento,
incluye la idea de un proceso terciario que abarca los procesos primarios y
secundarios, pero no se reduce a ellos, sino que realiza un trabajo de cone-
xión esencial que, según él, es una condición sine qua non para el proceso
analítico. En este sentido, sus ideas refuerzan nuestra propuesta de conside-
rar la necesidad de construir algo adicional en la clínica, un tercero que vaya
más allá de los elementos primarios a partir de los cuales se constituye. Su
enfoque en la simbolización, relacionado con la clínica de los estados límite,
destaca otro aspecto que deseamos resaltar: el aspecto paradójico que en-
contramos en sus formulaciones, especialmente representado por la idea
previamente discutida de la dinámica de presencia-ausencia.
Al igual que Green, a través de una relectura de la obra freudiana, Kaës
(2011) encuentra referencias al tercero, al que denomina “intermediario”,
denido como aquel que permite superar la separación entre dos espacios
y destaca las nociones de preconsciente, ego, síntoma, para-excitación y for-
mación de compromiso. La categoría del intermediario que propone es un
proceso de reducción de oposiciones, que pone n al conicto y cumple una
función de conexión. Los procesos intermedios expresan una nueva forma
de concebir las relaciones entre continuidad y ruptura, permanencia y trans-
formación, y se reeren al “entre”, a lo que conecta, que actúa como puente,
que no está ni aquí ni allá, pero tampoco es el medio. Constituye así una
articulación que surge, sobre todo a partir de la noción de intersubjetividad
y muestra su riqueza y pertinencia solo a partir de “un dispositivo derivado
(...) del tratamiento psicoanalítico individual (...), en el que aparecen con más
facilidad las articulaciones entre el espacio intrapsíquico, (...) pluripsíquico,
intersubjetivo, colectivo, social y cultural” (p.12), lo que, según él, Freud no
pudo desarrollar.
Al referirse a los estados límite y llamar la atención sobre las fallas en los
sistemas de conexión, arma que se trata de las “patologías del vínculo in-
tersubjetivo”, del narcisismo, de lo originario y de la simbolización primaria, y
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propone además la expresión “patologías de los procesos intermedios” para
referirse a ellos. Desde el punto de vista clínico, respalda la importancia ana-
lítica del vínculo y la construcción de un espacio intersubjetivo en el análisis,
precisamente lo que parece haber fallado en la constitución narcisista de es-
tos casos debido a fallas desestructurantes del objeto. Así, el analista actua-
ría como mediador, que no es el objeto, sino una función simbolizante que
promueve el restablecimiento de las continuidades psíquicas, a partir de lo
que denomina “análisis transicional”, término que pone de maniesto su li-
naje con la teoría winnicottiana. Este tipo de análisis y el papel del analista
son condiciones para superar experiencias previas de ruptura y trauma, que
llevaron al fracaso de las formaciones intermedias mencionadas anterior-
mente. La paradoja aquí radica en la necesidad de construir al intermediario
precisamente debido a su fracaso, es decir, el análisis transicional, denido
como un espacio por el mero uso de este término, se constituye a partir de
una dimensión de ruptura para promover su superación, para establecer las
formaciones intermedias que no se han formado adecuadamente en estos
analizados. Con esta comprensión, Kaës pasa de una concepción traumática
de algo que no se ha dado adecuadamente a una comprensión elaborativa y
creativa del tercer elemento, aquí denominado intermediario.
Roussillon, por su parte, hace referencia a las ‘bases metapsicológicas de
la paradojalidad y la comunicación paradójica’, que resultarían de situacio-
nes traumáticas debido a fallas ambientales, subrayando, por lo tanto, su
aspecto negativo. Cita como ejemplo radical de procesos psíquicos paradó-
jicos la psicosis y la locura. Entre las experiencias paradójicas que describe,
encontramos: (I) una temprana comunicación cuerpo a cuerpo de carácter
sobreestimulante a través de un dispositivo psíquico incipiente; (II) la simul-
taneidad de mensajes incompatibles entre sí; (III) una brecha entre lo verbal
y lo corporal que excede la capacidad de conexión del yo; (IV) la experiencia
de que sus necesidades y pulsiones son alternativamente sobreestimuladas
y frustradas, lo que produce una sobrecarga de excitaciones desorganiza-
das; (V) el cambio repetido e impredecible del estado de ánimo del objeto sin
causa aparente, lo que actuaría sobre la conabilidad de la relación, cons-
tituyendo una comunicación enloquecedora; (VI) un afecto desorganizado
que oscila entre el amor y el odio y bloquea la constitución de la ambivalen-
cia, fundando la gura de un amor destructivo.
Todas estas experiencias tienen como efecto un perjuicio en el ensamblaje
pulsional, constituyendo una fuerza de desvinculación entre las conexiones
psíquicas, los afectos y las representaciones. De esta manera, los procesos
secundarios son subvertidos por los primarios, lo que resulta en una desor-
ganización pulsional y afectiva que impide una regulación económica esta-
ble. En este contexto, hay una experiencia traumática permanente, propia
de un funcionamiento psíquico atípico, marcado por la opresión del pre-
consciente, fallas en la para-excitación y aniquilación del yo y su capacidad
organizadora, es decir, el fracaso de los elementos intermedios propios del
funcionamiento normal.
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Conclusiones
Desde una descripción de la clínica contemporánea, hemos destacado a lo
largo de este trabajo la insuciencia del modelo clínico freudiano de las psi-
coneurosis, así como de su metapsicología, para la atención y comprensión
teórica de los llamados nuevos casos. Los analistas contemporáneos, en-
frentados al desafío de tratar a pacientes que no encajan en la nosografía
freudiana de las psiconeurosis, han tenido que recurrir a las contribuciones
de autores posfreudianos que han propuesto cambios signicativos tanto
en el ámbito clínico como teórico para respaldar su práctica.
En este trabajo, hemos intentado mostrar que el modelo freudiano dualista
basado en el conicto resultó insuciente para el tratamiento de pacientes
difíciles. Esto llevó a innovaciones clínicas y teóricas fundamentales. Nuestro
objetivo principal fue investigar algo a lo que nuestras investigaciones apun-
taban: la conceptualización de un nuevo campo analítico no basado en la
dualidad, en la idea de conicto, progresión o síntesis. Este campo se forma
como un tercero, un espacio, área o territorio, fundamentado en elementos
anteriores, en una especie de orden paradójico que no implica la superación
de fases ni la elección de un solo camino, sino que es el producto de una
serie de procesos que ocurren en ese campo, otorgándole complejidad y
contornos tridimensionales.
Para ello, abordamos las contribuciones de autores especícos y sus teorías
sobre el tercero, especialmente aquellos que nuestra investigación mostró
que estaban en consonancia con la idea que sostenemos. A través de su
adhesión a al menos algunos de los aspectos que observamos, destacamos:
la noción teórica de un tercero tal como lo concebimos; la idea de la insu-
ciencia o inadecuación del marco teórico-clínico psicoanalítico clásico; la
armación de que el tercero se maniesta en aspectos defensivos propios
de situaciones de trauma y ruptura, aunque también se evidencia en el de-
sarrollo considerado normal; la relación del tercero con la noción de trauma
temprano debido a fallas del objeto como determinante de una patología
contemporánea. También vimos cómo los aportes teóricos sobre el tercero
están estrechamente relacionados con la experiencia clínica y cómo los nue-
vos casos han suscitado la necesidad de cambios técnicos signicativos, lo
que demuestra la inadecuación del modelo clásico freudiano.
Creemos que todavía hay mucho por investigar sobre el tema de la terceri-
dad en psicoanálisis, que de ninguna manera hemos agotado. Nos interesa,
sobre todo, buscar alternativas para comprender el modelo representacio-
nal basado en la idea de simbolización. También inferimos que el tercero
tal como lo concebimos, como algunos autores citados aquí indicaron, no
se limita a la clínica de lo traumático, sino que se maniesta en el contexto
analítico en general, incluso en casos en los que no estamos tratando con lo
que la lógica normativa considera pacientes difíciles o estados límite. Quizás
sea fructífero universalizar la idea del tercero y, ciertamente, los cambios
técnicos abordados en este trabajo para la clínica en general, considerando
las limitaciones inevitables de la simbolización y la implicación del analista
como persona en una relación horizontal, mutua y afectiva. Esto congura
una nueva ética para el psicoanálisis, que defendemos y a la cual dedicamos
nuestros esfuerzos.
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